Yo soy de los que bendicen la luz de la madrugada, el aroma de los nardos salpicados de alborada.
Soy de aquellos que perciben en una sola mirada todo lo que el alma lleva celosamente guardada.
Soy de esos que cuando cantan con una voz atinada, sufren por más que lo oculten, aunque no te digan nada.
Soy también de los que rezan a la Reina inmaculada y en ello cifro mi orgullo pues es mi amante y mi amada.
Cuando el mundo se me cierra, cuando hay una encrucijada que pone freno a mis pasos con violencia descarada,
ella, la Virgen María, es la primera invocada y acude más que de prisa a mi primera llamada.
Entonces sí ya no temo. Mi vía está segurada, mis temores expulsados y mi inquietud disipada.
Hay veces que el alma siento dulcemente enamorada y la gota más humilde me parece una cascada.
El mar inmenso lo veo pequeño desde la rada y al mismo sol solamente como una perla atrapada.
Todo lo cambia el amor, todo a su influjo es un hada que con su varita mágica hace una Cruz de una espada.
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