Unos meses mas tarde, Elisa feliz y enamorada volvía a su hogar. Esperó
durante unos días a que Roberto hiciese aparición por los jardines de
la villa, pero su amor no venía.
Extrañada por la ausencia de Roberto, Elisa preguntó inocentemente a su padre por las buenas nuevas del pueblo.
El padre comenzó detallando las buenas ventas de sus productos, los
viajes que había realizado en su ausencia, y los muchos regalos que la
esperaban en la bodega. Luego le relató los acontecimientos principales
que habían acontecido en el pueblo, la boda del hijo del alcalde, la
muerte del zapatero, la llegada la mundo del hijo del tabernero, y por
último que el joven Roberto había marchado del pueblo en busca de
fortuna, y que por lo que comentaban los lugareños, había conocido a
una muchacha, y se había casado.
Cuando
Elisa escuchó que su amado Roberto se había casado, creyó morir. La
pena se instaló en su mirada y ocultando las lágrimas a los ojos de su
padre, marchó a la alcoba, donde dio rienda suelta a su dolor.
Pasaron los días, y Elisa empeoraba, se negaba a comer, e incluso a
pasear por el jardín, encerrada en la alcoba día tras día, sin más
contacto con el mundo que las visitas de su padre,que se preocupaba
cada día un poco más por el estado de su hija.
Viendo
que el dolor la estaba matando, decidió ir en busca del joven y
consentir los amoríos de ambos, pero la vida a veces da giros
insopechados, y cuando halló al joven Roberto, en verdad se hallaba
casado y muy bien situado económicamente.
Roto
de dolor por haberle causado tal aflicción a su dulce hija, volvió al
hogar, con muchos regalos para la joven, pensando que estos alegrarían
el corazón de la misma. Pero ni los regalos, ni las joyas o vestidos,
hicieron que Elisa volviera a sonreir.
Unos dias más tarde la joven cayó enferma, el padre mandó llamar a los
mejores médicos de la provincia, pero ninguno hallaba la causa del mal
que consumía a la joven. Desesperado el padre mandó llamar a los más
ilustres, pero tampoco estos daban con la causa de su mal.
Atormentado con la idea de que Elisa moría por su culpa, el padre
partió hacia lugares lejanos, con la esperanza de encontrar un remedio
para el mal de Elisa.
Y en una recóndita isla,
un anciano del lugar después de escuchar la historia del comerciante
sobre la enfermedad de su hija, le respondió: "Su hija parece que sufre
de pena de amor, y si no consigue que olvide a ese joven, esta pena la
destruirá"
-Eso quisiera- contestó el atormentado padre - pero por
más que hago no consigo ni una mínima sonrisa, sus ojos estas muertos,
es como si no viesen el presente. Elisa vive en un mundo al cual yo no
puedo acceder.
- Vaya al monasterio de la colina, cuente su historia al abad y éste le dará un remedio- contestó el anciano.
Sin pensarlo dos veces el padre emprendió el camino hacia el monasterio, y una vez allí, pidió audiencia con el abad del mismo.
Éste, después de escuchar el relato, le pidió que le acompañara hasta el jardín.
Pasearon por los hermosos jardines en silencio, hasta que se detuvieron frente a un hermoso rosal, de rosas azules.
El
abad, con mucha ternura, cortó una de las hermosas rosas y se la
entregó al comerciante. - Regálele esta rosa a su hija - dijo- cuando
respire el perfume de la rosa el dolor que habita en su corazón
desaparecerá.
- ¿El perfume de la rosa? -pregunto extrañado el padre
- Sí - Esta hermosa y extraña rosa es conocida por la Flor del Olvido,
y solo actúa sobre aquellos que en verdad han amado más que a su vida
misma. No pierda mas tiempo aquí, y corra hacia Elisa, cada segundo que
pasa es vital para ella.
El padre partió de inmediato hacia su
hogar. Al llegar al mismo, se encontró a toda la servidumbre cabizbaja
y llorosa; pensando que ya era demasiado tarde, y con el corazón
destrozado, subió hacia la alcoba de Elisa, encontrándola postrada en
la cama, con la cara pálida como de cera, y hermosa como un lirio.
Arrodillado
a su lado, lloró desconsolado, inclinándose ante ella para depositar un
beso en su frente, notó la calidez de una entrecortada y lenta
respiración.
Alegrado por la idea de que
Elisa aun vivía, tomó la rosa, y la acercó a su nariz, y a medida en
que la joven iba respirando la fragancia de la rosa, el color volvía a
sus mejillas, mientras el de la hermosa rosa desaparecía, hasta
volverse negra.