La culpa es la voz de la conciencia del si mismo que intenta recobrar el
equilibrio perdido.
Pero la culpa no existe, ni tampoco sirve para nada, sólo no nos deja
disfrutar del momento presenta y nos ata al pasado que es imposible recobrar.
No somos culpables sino tal vez irresponsables, porque no hemos podido,
sabido o querido responder a los requerimientos existenciales que tal
vez hubiéramos podido satisfacer.
Los acontecimientos suceden y no siempre podemos evitarlos, porque
siempre dependen de otros y también de circunstancias que no podemos
controlar; y actuamos según el nivel de conciencia que tenemos en un
momento dado, porque no somos perfectos y no siempre nuestra falta de
respuesta es deliberada.
Pero somos responsables de nuestras acciones, de todo aquello que
promovemos con nuestra intención, de lo que deseamos, de lo que hacemos
o decimos y hasta de lo que omitimos.
El egoísmo es el enemigo más importante de la responsabilidad; esa
incapacidad para ver más allá de uno mismo, para sentir por otro, para
evitar hacer sufrir a otro.
Se puede ser feliz sin hacer daño, siendo fiel a uno mismo y leal a los demás.
Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios, pero
igualmente no podemos evitar nuestro compromiso con los otros.
Porque sin los otros sencillamente no tendríamos conciencia de nosotros
mismos y ni siquiera existiríamos.
El hombre desde que nace está en deuda, le debe la vida a su madre,
su crecimiento y desarrollo a sus padres, sus conocimientos a sus maestros
y el mundo en que vive a sus ancestros. No tiene derecho a despreciar lo
que existe si al mismo tiempo no es capaz de crear algo mejor.
El mundo no es perfecto ni justo, porque tampoco somos perfectos y
justos nosotros mismos.
Mientras vivamos nos tendremos que hacer cargo de nuestras circunstancias
y de todos los resultados de nuestras acciones, respondiendo a nuestras
obligaciones.
La paz interior es el objetivo más difícil para un ser humano, porque es
cuando se logra aceptar el mundo tal cual es y disfrutar de cada momento
como es, sin sentir necesidad por otra cosa.
El hombre se pasa la vida cambiando lo que es y ese proceso le lleva a crear
una vida artificial que tampoco lo llega a satisfacer nunca.
Cambiamos el mundo según apetencias individuales sin tener en cuenta al
resto ni el entorno, sin embargo, sólo logramos una satisfacción inmediata
que se disipa ni bien conseguimos lo que anhelamos, para dar lugar a un
vacío cada vez más difícil de llenar.
En las sociedades altamente desarrolladas, cada día que pasa el hombre
se vuelve más individualista y más sofisticado.
La extravagancia llega a límites insospechados, mostrando una indiferencia
total hacia el resto de los mortales que apenas pueden satisfacer sus
necesidades de subsistencia, surgiendo de esta forma de vida egoísta, el
racismo y la discriminación hacia los que viven otras circunstancias.
Sin embargo, esta gente que se considera privilegiada no logra ser feliz,
porque la depresión, los ataques de pánico, y las fobias no los dejan
disfrutar de la vida.
Se sienten culpables de algo que no saben qué es y tienen un vacío en el
alma que no pueden llenar con nada.
Nadie nace con un manual de instrucciones para vivir, sin embargo, el que
aprende a Ver, puede darse cuenta cual es el verdadero camino que le
puede dar significado a su propia vida.
Sólo el que se atreve a seguir esa senda, sin dejarse influenciar por la
mayoría desorientada, neurótica y confundida, se liberará de la culpa y
encontrará la paz interior.
No hay que hacer nada, sólo aprender a Ver, estar disponible y responder.
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