Lo conocí a los 13 años de edad, en uno de mis primeros bailes de aquella época. Como es normal y lógico, lo conocí tomando un whisky. Era cantado que de entrada no nos íbamos a llevar muy bien que digamos, pero debo reconocer que su presencia y su compañía durante esa noche fue algo más que interesante.
No se si por esos dos whiskys o por el impacto de haberlo conocido, la cosa es que a partir de ese momento lo empecé a ver cada vez más seguido. Al principio eran dos veces por semana, que luego fueron tres y cuatro… hasta que se transformó en ese amigo del alma que te acompaña permanente y constantemente.
Desde mis quince años fuimos inseparables…
Me acompañó a todos lados, en todos los momentos, en las buenas y en las malas…
Estuvo firme conmigo en mis amores, aventuras, desengaños, sinsabores, éxitos y golpes…
Estuvo en mi casamiento. Me acompañó mientras brindaba y lloraba por el nacimiento de mis dos soles que hoy me sonríen más que nunca; estuvo en mis logros laborales, en mis valentías profesionales y mis problemas familiares…
Me bancó en mi separación y en el loco desenfreno de tantas noches queriendo encontrar el amor perdido vaya uno a saber en qué rincón de qué falda o raptado por esos ojos grises que siempre olvidaré…
Este amigo estuvo siempre conmigo y, debo reconocerlo, actuó en todos estos años como si nada reclamara…
Pero poco a poco me di cuenta que esta cosa no iba para más… Gran amigo, gran compañía, gran consuelo… Pero me di cuenta que a un gran costo…
Fui pensando en el último año cómo despedirme de él…
Nunca escuché los consejos de los demás para dejarlo, acusándolo de no ser el más correcto ni el más indicado para mis necesidades… No escuché el reclamo de mis hijas cuando eran niñas (¡¡¡las vueltas de la vida!!!, ellas ahora se hicieron amigas de él) ni mi a hermano Robi que cuando vivía tanto me aconsejó que lo deje (¡¡¡pucha hermanito, cómo te extraño!!!).
Tal vez, solamente tal vez, me terminé de convencer hace poco menos de dos meses. Fuimos juntos a despedir a Tito para siempre, también su íntimo amigo y gran compañero de parrandas. Creo que ahí me definí, cuando vi ese cuadro, cuando lo ví sonriendo orgulloso ante los restos de Tito. Lo miré fijo y le dije: “el 21 de noviembre te dejo, amigo mío; cumplo los 50 y te juro que te dejo…”
No dijo nada, fiel a su estilo.
Y así lo hice, fiel a mi estilo. Convencido de que será para siempre. Tranquilo porque la decisión tomada es la correcta, pero vale la pena hacerle un réquiem.
Hoy hace una semana que no fumo…
¡¡¡Adiós amigo!!!
Macoco Sánchez Paz
28/11/04