Con el mentón caído sobre la mano ruda, el Pensador se acuerda que es carne de la huesa, carne fatal, delante del destino desnuda, carne que odia la muerte, y tembló de belleza.
Y tembló de amor, toda su primavera ardiente, ahora, al otoño, anégase de verdad y tristeza. El "de morir tenemos" pasa sobre su frente, en todo agudo bronce, cuando la noche empieza.
Y en la angustia, sus músculos se hienden, sufridores cada surco en la carne se llena de terrores, Se hiende, como la hoja de otoño, al Señor fuerte
que le llama en los bronces... Y no hay árbol torcido de sol en la llanura, ni leòn de flanco herido, crispados como este hombre que medita en la muerte.