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Las muñecas
Las muñecas jugando en nuestra infancia, canesú y romancero de acuarela, el lustre en los zapatos, las verduras:
¡toca, toca los senos de oro de esta Barbie travesti; corta la trenza azul de Pocahontas!
Hermana, yo lo recuerdo todo, yo sigo estando enferma como entonces y gimo en los recreos, cuando los niños justos recuentan sus canicas con los ojos cerrados. Así aprendimos nosotras la sed y la aventura, la sombra del albatros nacido de una astilla; así es como aprendimos, como somos.
Las muñecas jugando y el corazón de suave poliespán, revuelo de eucaliptos y frambuesa, tus primeras brazadas en Coruña: aquello era vivir entre delfines. Yo lo recuerdo todo, hermana mía, tan rubia como fuiste; el tutú y los peldaños que suben a Alemania, predecir el destino con mazorcas azules. Todo. Mira cómo aún se enciende la linterna de los cuentos felices por los huertos.
Las muñecas de vidrio, compartidas, volviéndose de barro cada noche: ¡dales nombres felices y sombreros de gnomo, sigue sus piernas rectas hacia el cieno, vístete de princesa como en junio!
Hermana.
Me pasaré esta vida comprándote un columpio, pajaritos de hojaldre para llenar tu boca, naftalina y merengue, un escalectrix… (así es como heredamos las ganas de cantar, aquello era vivir, ¡aquello era!).
Las muñecas jugando a nuestra infancia.
(Martha Asunción Alonso, 2009).
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