¿Contra quién luchamos?
En aquel pequeño pueblo, como en todos los que se precie, tenían su loco.
No hacía daño ni ofendía a nadie, por lo que era muy querido por todos,
sin embargo siempre estaba hablando de unos animales que tenía que domesticar,
y que nadie más que él parecía verlos.
Solía decir:
- Tengo dos halcones que se lanzan sobre todo lo que se les
presenta, bueno y malo. ¡Ah! Cuando consiga domarlos para
que sólo se lanzan sobre una presa buena,
sólo habrá cosas hermosas en el mundo.
- También tengo dos águilas: con sus garras hieren y destrozan.
Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir.
-¿Y los conejos? ¿Cómo están hoy? -les preguntaban los vecinos con aire socarrón.
- ¡Ah, Si! Los conejos. Mis conejos nunca están quietos.
Siempre quieren ir adonde les plazca. Tengo que enseñarles permanecer
quietos cuando sea necesario y a ponerse en movimiento cuando no quieren.
- ¿Ha domado ya la serpiente?
- ¡Ojalá!- Lo más difícil es vigilar la serpiente. Siempre está lista por morder
y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula,
si no la vigilo de cerca, hace daño.
- ¿Y el burro, trabaja bien el burro?
- El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber.
Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga.
Pero el León es peor. Quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero,
¡Cuanta vanidad y orgulloso!
Un día un niño se le acercó y la inocencia obtuvo la
respuesta de lo que nadie había preguntado nunca:
- Pues a mí me gustaría tener algún animal.
¿Me darías alguno de los tuyos?
- ¿Los quieres? ¡Ah pero si ya son tuyos!
En realidad estos animales están en todos los hombres:
Los ojos son halcones.
Tus águilas son las manos; conejos los pies.
Una serpiente tenemos por lengua.
El burro es el cuerpo, y el corazón es un león vanidoso.
(De la red)