ELEGÍA
Yo soltaba los galgos del viento para hablarte. A machetazo limpio, abrí paso al poema. Te busqué en los castillos a donde sube el alma, por todas las estancias de tu reino interior, afuera de los sueños, en los bosques, dormida, o tal vez capturada por las ninfas del río, tras los espejos de agua, celosos cancerberos, para hacerme dudar si te amaba o me amaba.
Quise entrar a galope a las luces del mundo, subir por sus laderas a dominar lo alto; desenfrenar mis sueños, como el mar que se alza y relincha en los riscos, a tus pies, y se estrella.
Así cada mañana por tu luz entreabierta se despereza el alba, mueve un rumor el sol, esperando que abras y que alces los párpados y amanezca y, mirándote, suba el día tan alto.
Si negases los ojos el sol se apagaría. El acecho del monte y del amanecer en tinieblas heladas y tercas quedaría, aunque el sol y sus ángeles y las otras estrellas se pasaran la noche tocando inútilmente.
Carlos Zaid
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