Hay quienes piensan que he celebrado en exceso los misterios del cuerpo la piel y su aroma de fruta.
¡Calla, mujer! me ordenan No nos aburras más con tu lujuria Vete a la habitación Desnúdate Haz lo que quieras Pero calla No lo pregones a los cuatro vientos.
Una mujer es frágil, leve, maternal; en sus ojos los velos del pudor la erigen en eterna vestal de todas las virtudes. Una mujer que goza es un mar agitado donde sólo es posible el naufragio.
Cállate. No hables más de vientres y humedades. Era quizás aceptable que lo hicieras en la juventud. Después de todo, en esa época, siempre hay lugar para el desenfreno. Pero ahora, cállate.
Ya pronto tendrás nietos. Ya no te sientan las pasiones. No bien pierde la carne su solidez debes doblar el alma ir a la Iglesia tejer escarpines y apagar la mirada con el forzado decoro de la menopausia.
Me instalo hoy a escribir para los Sumos Sacerdotes de la decencia para los que, agotados los sucesivos argumentos, nos recetan a las mujeres la vejez prematura la solitaria tristeza el espanto precoz a las arrugas.
¡Ah! Señores; no saben ustedes cuánta delicia esconden los cuerpos otoñales cuánta humedad, cuánto humus cuánto fulgor de oro oculta el follaje del bosque donde la tierra fértil se ha nutrido de tiempo.