Un martinete de pena, seguirillas de quebranto van cantando en los balcones flamencos que van cobrando. Qué exhibicion, qué vergüenza, qué atropello a lo sagrado, a costa de Aquel Gran Hombre que murio sin un pecado, para quitarnos el nuestro con su cuerpo desangrado. Cada semana santa le clavais en el costado una lanza de amargura y vinagre entre sus labios. Oh, qué de noches en vela, de tambor y campanario. Cuanta cera derretida derramada en el asfalto. Cuantas flores de homenaje a esos ídolos de barro. Cuantos gritos y requiebros. Cuantos vahídos y aplausos. Penitentes de terciopelo. Capirotes damascados. Guantes de fina espuma. Plata en los incensarios. Labor cuidada de orfebres en barrocos candelabros. Distorsion del sacrificio, del modesto andar cristiano. Esconded vuestras conciencias bajo el techo de los palios, entre azucenas y lirios, entre claveles y nardos. Perfumad vuestras miserias con la flor de los naranjos. Arrancad de vuestras suelas vuestro idolatrico paso. Dejad que luzca la luna de Nisan, rememorando al mejor de los nacidos, concebido sin pecado.