EL OLOR DEL AIRE
Dos nubes henchidas se enredaron en los alerces, tu voz varonil le daba una marca al diálogo, sumergida en una especie de súplica, te sentí encenderte como una brasa.
Sin preliminares amorosos en el olor del aire, las facciones regulares, armoniosas, y una sonrisa desvanecida, mis manos temblorosas, mis piernas enroscadas bajo las patas de la silla, hacían una pausa.
Mientras te inclinabas en la ventana, tomando unas margaritas trémulas, y viendo el último rayo de sol, como un recuerdo, quedó suspendido sin posibilidad de vislumbrarlo.
Estabas ausente, de toda idea de acercamiento, pero yo estaba dispuesta a abrir mis brazos, tomar tus silencios con manifiesta serenidad, y te conducía pausadamente tras un biombo.
En el rincón la cama angosta, con la blancura de la almohada al centro, nos hundimos en una especie de valle y bebimos la bruma naranja del alba.
Un otoño de hogueras fue el centro, de aquella cálida naturaleza de sabiduría, tu valija colmada de secretos seguía cerrada, pero nuestros cuerpos ablandados tenían el mismo olor, la misma suavidad y todo fue violentamente natural.
Pude saborear tu ternura, más allá de todo combate, eras tú, con tu propia iniciativa, tenías las mejillas encendidas y los labios húmedos, y colmaste huecos que antes ni siquiera sabía que tenía dentro de mí.
Como un ritual que debiéramos cumplir con requisitos milenarios, los dos palpitándonos, sin movernos, respirando con destreza, más tarde estallaste con fuerza, desplomándote sobre mi pecho.
Tu paso explorador, la mirada sabia, mi carne de mujer entera, y el sentido común de amarnos es el mundo que nos toca, el mundo que hacemos y el que revolucionamos.
Afuera, las hojas de las acacias, escondieron los últimos cantos de los pájaros, y en el escenario de la vida, somos la dulce impaciencia, las palabras encendidas y atesoradas, en el insaciable huracán de las bocas.
BRISEIS (ANNIE)
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