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A LA MADRE ANÓNIMA
No importa, mujer, el hombre que haya podado la raíz de tu inocencia, ni importa quién haya colocado en tu cintura la semilla sideral que te convirtió en retoño de cosechas inmediatas.
Ni importa si te ocultaron la verdad, si te engañaron los vampiros mientras chupaban la sangre de tus primeras ilusiones, o si los dinosaurios hicieron un festín con la virginidad de tus caricias.
No importa, mujer, eso es pasado. Las semillas se convirtieron en arbustos y tus arbustos te llenarán de sombra cuando crezcan, cuando la vida le entregue a cada quien la generosidad de su cosecha. A vos te tocó moldear la figura de tus crías con el barro que envuelve la esperanza, y te entregaste como nadie para obtener témpera y pincel con que le diste a sus caritas el sagrado color de la alegría.
Sabemos que no te ha resultado fácil la faena cotidiana. ¡Cuántos inviernos sufriste por el sinfín de las goteras inundándote la suela del zapato! ¡Cuántos veranos te quedaste sin el maíz ni la tortilla! ¡Cuántas noches escuchaste por tus crías el canto interminable de los grillos suspendido apenas por la opereta presuntuosa de los gallos!
Eso te volvió más mujer de lo que cabe entre las manos de los hombres, y te volvió más madre que la maternidad arrodillada en la intimidad de las capillas, más océano de lo que nos entregan las lluvias prolongadas, más mujer que el amor que se esconde en el rincón de todos los poemas.
Danilo Umaña
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