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Es difícil vivir sin juzgar.
Estamos acostumbrados a hacerlo.
Nos es casi imposible no tomar partido, no tomar posición respecto a algo.Vemos que alguien comete un error e inmediatamente pensamos: ¡Qué estúpido!
Miramos a alguien vistiendo algo y pensamos: ¡Qué feo o qué lindo vestido!
Los académicos nos dirán que es bueno juzgar porque los juzgamientos alimentan nuestros valores, pero quisiera pensar de otra manera: el juzgar aumenta nuestro nivel de estrés, nos distrae, nos desenfoca.
En efecto, al estar permanentemente juzgando, la mente se satura, se cansa.
Y con ella, nos cansamos nosotros.
Con juzgar mantenemos siempre llena nuestra taza,
y eso atenta contra los nuevos conocimientosy experiencias.
El juzgar nos impide desarrollar nuestra inteligencia interpersonal,
nos dificulta la relación humana.
¿Cómo no juzgar?
Aunque suene a Perogrullo, sólo hay una manera: no haciéndolo. Debemos acostumbrarnos a vivir con un nivel más alto de alerta, de manera de detectar la intención de juzgar y cortarla de plano.
Debemos luchar contra nosotros mismos y anular esa propensión al juzgar que siempre está presente en nosotros. Seguramente, estarás pensando… ¡Mira las cosas que nos está diciendo Mariano! ¿Ven? Eso es juzgar… y el que yo haya hecho esa observación también lo es.
Contra eso es que hay que luchar.
Los grandes males sociales, como la segregación,
nacen del acto del juzgamiento.
¿Y sabes qué hay detrás del juzgar?
¡Miedo! En efecto, juzgas porque temes.
Que si no vivieras con miedo estarías en un estado permanente de indiferencia y vivirías más feliz.
Seguramente, ya se dieron cuenta de que ésta no es una etapa sino un estado.
Es verdad, pero es necesario para todo el proceso, desde el relajarse hasta el llegar a estados meditativos.
No hay nada más pernicioso que mantener la mente clavada en el juzgamiento: nos extrae toda la energía.
( almaalada.com)