En la brevedad de tu mirada me bebo el mar con todas sus tormentas y ya no acepto conjugar el verbo de la prohibición, que hizo su nido en el balcón de mis desdichas. Y a pesar de que me quede sin respiro la verdad desbordará siempre la casa, nada que ya tus ojos no me digan ni mi boca proclame con vergüenza, y no pretenda filtrarse en los rincones alguna mentirilla engalanada. Que no se diga entonces que la verdad no la dije con el alma, aunque tus ojos sean espejo de la duda y los míos almacén de miserias o el acopio de olvidos.