Antonio Machado le escribió a una
“primavera que besaba” y Pedro Aznar le cantó “vuelta a brillar,
suelta tu mal, vuelta a brillar, porque el invierno volverá”. La sensación
de marchitarse en invierno para después florecer, se ve, nos atraviesa. Eso
porque lo que se esconde detrás de los pajaritos de colores, la alegría
injustificada y las frases hechas, es lo que el sol es capaz de provocar en el
cuerpo.
Amor, renacer y juventud. Esas son las
primeras abstracciones que aparecen en septiembre, según una encuesta de
D´Alessio Irol exclusiva para Clarín.
Para la mayoría es la estación preferida
del año y eso se debe a que la llegada del sol dispara un estado contagioso e
indisimulable: el buen humor.
“La luz solar tiene un efecto directo
sobre el estado de ánimo. De hecho, para la depresión estacional (que ocurre en
invierno) uno de los tratamientos es dar luz, dar primavera”, introduce el
biólogo Diego Golombek. “Pero a lo biológico hay que sumarle lo social: si hay
más horas de sol salimos más y si tenemos mejor humor tenemos más ganas de
relacionarnos. Además, usar menos ropa representa un ícono cultural que hace que
miremos al otro y nos miremos de un modo diferente”.
Tal es la necesidad del cerebro de
recibir luz solar que varios estudios científicos hablan, incluso, de
“adicción”. “Se ha demostrado que existen neuronas que se activan frente a la
luz, y que muchas se ubican en áreas del cerebro que son críticas para nuestro
ánimo. Pero además, cuando se activan, ponen en marcha circuitos del cerebro que
incluyen a las áreas del placer y de la recompensa: las mismas que se activan
frente al sexo, las drogas, el chocolate y otros estímulos positivos”, describe
Ezequiel Gleichgerrcht, investigador en neurociencias cognitivas de INECO. “Para
muchos científicos, esto podría explicar que algunas personas desarrollen una
adicción a la exposición solar, pues al activar circuitos de recompensa, se
perpetúan las conductas”.
Pero las sensaciones placenteras no sólo
giran alrededor del sol: también vienen de las flores. “En esta estación
aumentan los procesos de olfación”, explica Ignacio Brusco, director del Centro
de Neurología de la Conducta y Neuropsiquiatría de la UBA. “Cuando uno huele el
perfume de una flor que nos remite a un recuerdo placentero se estimulan
diferentes partes del cerebro, como el hipocampo. Allí está la memoria y, al
lado, la memoria emocional. Por eso, cuando la olemos, recapturamos información
emocional guardada en la memoria”, agrega. Gabriela Mistral ya había escrito con
el olfato: “Doña primavera, de aliento fecundo, se ríe de todas las penas del
mundo. No cree al que le hable de las vidas ruines. ¿Cómo va a entenderlas entre
los jazmines?”.
Pero eso de que la primavera eleva el
deseo sexual es otro cantar. “No hay evidencia de una asociación directa entre
el efecto lumínico y el aumento del deseo sexual”, explica el psiquiatra y
sexólogo del Hospital Durand, Adrián Helien. “Lo que sucede parece más el
resultado de dos variables: por un lado, del ‘efecto placebo’ del sistema de
creencias popular: ese márketing que nos dice que ahora se tiene más sexo. Por
otro, del aumento de los estímulos visuales cuando comienzan a exhibirse zonas
eróticas del cuerpo”.
Pero sería naïf creer que todo el mundo
florece junto con las flores. “Abril es el mes más cruel, hace brotar lilas
del interior de la tierra muerta, mezcla la memoria y el deseo”, escribió T.
S Eliot, sobre la primavera en el otro hemisferio. “La contracara del placer de
esta estación son las ‘depresiones mayores’: las que suelen llevar al suicidio.
Aunque aún no sabemos por qué, estas depresiones se acentúan fuertemente en
primavera y la angustia es mucho mayor por la mañana”, describe Brusco. ¿Qué
habrá sentido en primavera Alfonsina Storni, que se internó en el mar un 25 de
octubre? ¿O la poetisa Alejandra Pizarnik, que se suicidó un 25 de septiembre?
Es la misma primavera. La de quienes dejan de hibernar y se ponen mágicos,
creativos. La de los que no encuentran nada menos inspirador que la alegría. Y
la de quienes pueden usarla como la más dulce de las despedidas: como el anónimo
que Haroldo Conti citó en un cuento: “Si no volviese yo, la primavera
volverá. Tú florece”.
Por Gisele Sousa Dias