Cuando alguien no sabe cómo manejar
su propio sufrimiento, deja que se extienda a la gente de su alrededor. Cuando
tú sufres, haces sufrir a la gente que te rodea. Es algo muy natural. Por eso,
debemos aprender a manejar nuestro sufrimiento, para que no lo vayamos
repartiendo por ahí. Cuando eres el cabeza de familia; por ejemplo, sabes que el
bienestar de los miembros de tu familia es muy importante. Como tienes
compasión, no dejas que tu sufrimiento haga daño a los que te rodean. Practicas
el aprender a manejar tu sufrimiento, porque sabes que no es una cuestión
individual; y que tu felicidad, tampoco lo es.
Cuando alguien está enojado y no sabe cómo manejar su ira, se siente
impotente y sufre. Y también hace sufrir a los que le rodean. Al principio
sientes que la persona que se enoja se merece un castigo. Deseas castigarla
porque te ha hecho sufrir. Pero después de diez o quince minutos de meditar
caminando y de observar de manera consciente, descubres que en vez de castigo lo
que necesita es ayuda. Y ésa es una buena percepción. Esa persona puede ser muy
cercana a ti, quizá tu esposa o tu marido. Si tú no la ayudas, ¿quién va a
hacerlo?
Como sabes abrazar tu ira, ahora te sientes mucho mejor, pero ves que la otra
persona sigue sufriendo. Ésta percepción te mueve a acercarte a ella de nuevo.
Nadie más puede ayudarla, excepto tú. Ahora sientes un gran deseo de volver y
ayudarla. Es una actitud totalmente distinta a la que antes tenías, ya no deseas
castigarla. Tú ira se ha transformado en compasión. La práctica de ser
consciente, conduce a la concentración y a la percepción interior. La percepción
es el fruto de la práctica; y puede ayudarnos a perdonar y a amar, a los demás.
Practicar durante quince minutos o media hora el ser consciente; el
concentrarte y el observar las percepciones interiores, puede liberarte de tu
ira y convertirte en una persona afectuosa. Ésa es la fuerza del Dharma, el
milagro del Dharma.