Nuestra estrategia para
alcanzar la paz y la reconciliación, debe
basarse en él. Cuando surge
la energía de la ira, solemos desear
expresarla para castigar a
quien creemos que es la fuente de
nuestro sufrimiento. Ésa es
la energía habitual en nosotros.
Cuando sufrimos, siempre
culpamos a otra persona de
habernos hecho sufrir.
No comprendemos que la ira
es; ante todo, un problema nuestro.
Nosotros somos los
principales responsables de ella, pero
creemos con gran ingenuidad
que si podemos decir o hacer
algo para castigar a la otra
persona, sufriremos menos.
Hemos de desarraigar esta
creencia, porque todo cuando hagas o
digas llevado por la ira,
sólo dañará más tu relación.
En lugar de ello, cuando
estemos enojados, debemos intentar
no hacer ni decir nada.
Cuando dices algo muy cruel,
cuando haces algo como represalia,
tu ira aumenta. Haces sufrir
a la otra persona y ella se esforzará
diciendo o haciendo algo en
respuesta que alivie su sufrimiento.
Así es como el conflicto se
va intensificando. En el pasado, ha ocurrido
muchas veces. Ambos
conocemos bien cómo la ira y el sufrimiento
van aumentando y; sin
embargo, no habemos aprendido nada de ello.
Intentar castigar a la otra
persona, sólo empeoraría la situación.
Castigar a la otra persona
es castigarse a sí mismo, lo cual
es cierto en cualquier
circunstancia.
Cada vez que el ejército de
Estados Unidos castiga a un país,
no sólo sufre el país, sino
también Estados Unidos.
Cada vez que un país
intenta castigar a Estados Unidos;
no sólo sufre Estados
Unidos, sino también el país en cuestión.
En cualquier otra parte del
mundo ocurre lo mismo; ya sea
entre israelíes y
palestinos, entre musulmanes e hindúes o
entre tú y la otra persona.
Siempre ha sido así. De modo que vamos
a despertar, vamos a ser
conscientes de que castigar a otra persona,
no es una estrategia
inteligente. Tanto tú como ella son inteligentes,
y deben usar su
inteligencia y ponerse de acuerdo en planear una
estrategia para cuidar cada
quien su ira. Los dos saben que intentar
castigarse mutuamente no es
sensato. Por tanto, debemos prometernos
que cada vez que nos
enojemos, no diremos o haremos nada
arrastrados por la ira. En
vez de ello, cuidaremos de la ira que
sentimos volviendo a
nosotros mismos al practicar el respirar y
caminar conscientemente.
Aprovechemos los momentos en
los que seamos felices
para firmar un contrato,
nuestro tratado de paz, un tratado de
verdadero amor. Debemos
escribir y firmar ese tratado de paz
movidos totalmente por el
amor, y no ha de ser como los tratados
de paz que firman los
partidos políticos, que se basan sólo en
el interés nacional y siguen
estando
llenos de desconfianza e
ira.
Nuestro tratado de paz, debe
ser puramente
un tratado de amor.