Todos hemos pasado situaciones en
las cuales las diversas etapas que atravesamos en la vida no han cambiado.
Experiencias, ensayos, errores, aciertos o fracasos nos fueron transformando,
fuimos progresando y evolucionando.
En el medio de las transiciones
abundaron las equivocaciones propias y ajenas; y así muchas personas nos han
lastimado y a otra parte nosotros mismo hemos hecho daño, sin intención, quizá
sujeto a circunstancias que se apoderaban del momento.
En este transcurrir, se quiebran
vínculos. Amistades entrañables, personas queridas o familiares, son
protagonistas de peleas o conflictos. A veces hasta una pequeña diferencia de
opiniones o un cambio de pareceres acerca de una decisión con la que no estamos
de acuerdo, puede provocar que nos alejemos mucho tiempo de personas que no
podemos olvidar.
Y así es de genuino el amor, por
más que nos empeñemos por experimentar la indiferencia o la bronca, no podemos
hacerlo. Al margen del discurso hacia los otros, puertas adentro sabemos que no
hay resentimiento que nos haga olvidar o dejar de querer a quienes nos han
signado la vida en aspectos positivos.
¿Quién no ha dejado de ver a
grandes amigos durante años simplemente por no animarse a pedir perdón? ¿Por qué
nos cuesta tanto reconocer los errores o aceptar que nos hemos equivocado en pos
de recuperar el afecto de un ser que no podemos, ni queremos olvidar? ¿Es
posible que la valentía ceda al ego?
Quizá la clave para poder tomar
coraje sea perdonarnos primero nosotros mismos, saber por qué nos hemos
equivocado y así entonces, tomar la iniciativa de recuperar los lazos que ni el
tiempo se ha podido llevar.
Si por el contrario, ha sido un
tercero quien nos ha dañado, también reviste de una enorme grandeza poder
escuchar, ser empáticos y entender que quien nos pide disculpas es una persona
que intenta recuperar un lazo que valorar.
No tendría que existir ningún
miedo que pueda con el coraje de volver a recomponer una amistad. La vida nos
enseña que los vínculos genuinos no son infinitos. Las grandes amistades son
escasas. La complicidad, la experiencia común, los valores compartidos, los
fracasos, los aciertos y tantas anécdotas que elegimos vivir, nos han forjado
una identidad. No lo hicimos solos, actuamos en conjunto, somos el producto de
las relaciones humanas que hemos atravesado.
Si hemos perdido el tiempo en no
pedir disculpas, nunca es tarde para reparar. Hoy puede ser el primer día de tu
vida en el que decidís ser grande, en el que exponés tu alma con la nobleza de
las buenas personas.