Repasamos en nuestras mentes
felicidades pasadas, amores de antaño, anécdotas adolescentes, palabras y hechos
que alguna vez ocurrieron y ya no sabemos cuándo, pero sí estamos seguros que
ninguna conexión tienen con el tiempo presente.
La actualidad tiene mala prensa,
es un estado de las cosas que preferiríamos evitar. Hay un pasado en el cual
supimos elegir, vivir o quizá hizo de nuestra biografía una historia más lúcida
que la que hoy nos atraviesa. Cuando la desolación toca la puerta, es frecuente
creer a capa y espada que todo tiempo pasado fue mejor. Pero, ¿qué pasa con el
recuerdo? ¿Rememoramos lo vivido con precisión o sólo es una melancolía de lo
que creemos que ocurrió? ¿No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás
sucedió?
El recuerdo es una trampa.
Es probable, que cuando apelamos
al pasado para matar al presente, tomemos sólo su mejor parte. Así,
'casualmente' olvidamos que en ese ayer que tanto reivindicamos teníamos los
mismos o mayores problemas que en la actualidad.
La distorsión es el denominador
común de la melancolía. Hay una tendencia a querer pensar que el pasado fue
aquel momento en el cual las personas, las circunstancias y el azar jugaban a
nuestro favor. El ayer es el momento en el cuál podemos recrear las condiciones
que elijamos, ya pasó, no hay manera de revivirlo y entonces, nos permitimos
escatimar o sumar las palabras a los hechos que en realidad jamás hemos
experimentado. La imaginación ocupa un rol protagonista en la nostalgia.
El escritor uruguayo, Eduardo
Galano en su poema 'Los recuerdos', sabe de qué viene la melancolía: 'Los
recuerdos suelen contarte mentiras. Se amoldan al viento, amañan la historia;
por aquí se encogen, por allá se estiran, se tiñen de gloria, se bañan en lodo,
se endulzan, se amargan a nuestro acomodo, según nos convenga; porque antes que
nada y a pesar de todo hay que sobrevivir'.
Y de eso se trata, es el
transcurrir que implica la vida, los fracasos y los errores no son aclamados por
nadie, son tan huérfanos como ese presente que los contiene. Quizá como uno de
los sistemas de escape más frecuentes, nos empezamos a creer que nada de lo
actual es legítimo, que alguna vez existió un pasado mejor. Consideramos un ayer
en el que nada tiene en común con quienes somos hoy, y aún así preferimos estar
lejos de la verdad y cerca de la mentira. No hay falacia más enorme que creer
que el pasado es un refugio válido para el presente o el futuro. El ayer ha
quedado atrás, y hemos sobreestimado el recuerdo de quienes fuimos Hicimos,
hablamos y actuamos en pasado por una identidad que ya no tenemos y a la hora de
elegir seguramente, quienes somos hoy haría un camino diferente.
El presente es la oportunidad de
construir la realidad, de abandonar la distorsión para elegir a conciencia. El
pasado nos engaña y el hoy nos invita a cambiar a cada instante.