Fórmula ...
de Pilar Sordo
Mi
percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes
aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente
que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto
fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber
desafiado nuestros egos y nuestros apegos. Por eso, no debiéramos tenerle miedo
al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de
aprendizaje.
Nos cuesta mucho entender que la vida y el cómo vivirla depende
de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del
cultivo de la voluntad. Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las
estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo. “Ser feliz es una decisión”, no nos olvidemos de
eso.
Entonces, con estos criterios me
preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos
estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que
a esta vida vinimos a tres cosas:
-a
aprender a amar
-a dejar huella
-a ser
felices
En esas tres cosas debiéramos
trabajar todos los días, el tema es cómo y creo que hay tres factores que ayudan
en estos puntos:
-Aprender a amar
la responsabilidad como una instancia de crecimiento. El trabajo sea
remunerado o no, dignifica el alma y el espíritu y nos hace bien en nuestra
salud mental.
Ahora el significado del cansancio es
visto como algo negativo de lo cual debemos deshacernos y no cómo el privilegio
de estar cansados, porque eso significa que estamos entregando lo mejor de
nosotros.
A esta tierra vinimos a cansarnos,....... para
dormir tenemos siglos después.
-Valorar la
libertad como una forma de vencerme a mi misma y entender que ser libre
no es hacer lo que yo quiero. Quizás deberíamos ejercer nuestra libertad
haciendo lo que debemos con placer y decir que estamos felizmente agotados y así
poder amar más y mejor.
-El tercer y último punto a cultivar el desarrollo
de la fuerza de voluntad, ese
maravilloso talento de poder esperar, de postergar gratificaciones inmediatas en
pos de cosas mejores.
Hacernos cariño y tratarnos
bien como país y como familia,
saludarnos en los ascensores, saludar a los vecinos, a los choferes de las
micros, sonreír por lo menos una o varias veces al día.
Querernos.
Crear
calidez dentro de nuestras casas, hogares, y para eso tiene que haber
olor a comida, cojines aplastados y hasta manchados, cierto desorden que acuse
que ahí hay vida. Nuestras casas independientes de los recursos se están
volviendo demasiado perfectas que parece que nadie puede vivir adentro.
Tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera sea la
visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos tiene que
ver con la inteligencia espiritual.
Tratemos de dosificar la tecnología
y demos paso a la conversación, a los juegos
“antiguos”, a los encuentros familiares, a los
encuentros con amigos, dentro de casa. Valoremos
la intimidad, el calor y el amor dentro de nuestras
familias.
Si logramos trabajar en estos puntos
y yo me comprometo a intentarlo habremos decretado ser felices, lo cual no nos
exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre
alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino que con
la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca..