Aún el tiempo no logró llevar tus recuerdos, borrar las ternuras que guardan escritas sus cartas marchitas que en tantas lecturas con llanto desteñí... ¡Ella sí que me olvidó!... Y hoy frente a su puerta la oigo contenta, percibo sus risas, y escucho que a otro le dice las mismas mentiras que a mí.
Alma... que en pena vas errando, acércate a su puerta, suplícale llorando: Oye... Perdona si te pido mendrugos del olvido que alegre te hace ser...
Tú me enseñaste a querer, y he sabido,
y haberlo aprendido de amores me mata. Y yo que voy aprendiendo hasta a odiarte, ¡tan sólo a olvidarte no puedo aprender!...
Esa voz que vuelvo a oír, un día fue mía y hoy de ella es apenas un eco el que escucha mi pobre alma en pena que cae moribunda al pie de su balcón... Esa voz que maldecí, hoy oigo que a otro promete la gloria. Y cierro los ojos y es una limosna de amor que recojo de mi corazón.