Mi hija Sara y yo eramos muy buenas amigas. Ella
estudiaba en un internado que no estaba muy lejos, lo
que nos permitia vernos muy a menudo. Entre visitas nos
escribíamos o hablábamos por teléfono.
Cuando me llamaba siempre decía:
"Hola mami, soy yo"
y yo le respondía:
"Hola, yo, ¿como estás?.
A menudo firmaba sus cartas simplemente: "Yo".
A veces yo la llamaba "Yo" para bromear.
Después, mi pobre Sara murió súbitamente, sin advertencia alguna, de una hemorragia cerebral. No
hace falta decir que quedé devastada. No puede haber
dolor más terrible para una madre que perder a un
hijo querido. Necesité de toda mi fe para salir adelante.
Decidimos donar sus órganos a fin que álgo de bueno surgiera al menos de una situación trágica en todo sentido. En su momento, me enteré por el Grupo de Recuperación de Organos adonde habían ido todos sus órganos. No mencionaron nombre, por cierto.
Más o menos, un año después, recibí una hermosa carta del jóven que recibió su pancreas y sus riñones ¡Como le había cambiado la vida, oh Dios mío! Y, como no podía usar su verdadero nombre, adivinen como firmó su carta:
" YO "
Mary M. Jelinek
Del libro:"Una taza de chocolate caliente para el Alma"
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