Hoy en día es notable observar
como los roles y las edades se bifurcan. Hombres y mujeres que hacen lo posible
y lo imposible para volver a la adolescencia. Madres que quieren ser amigas de
sus hijas y padres que les parece solemne ejercer su paternidad y entonces
deciden ponerse a la par de los más chicos.
Es decir, hoy la figura del
adulto aparece devaluada. La idealización de la juventud, es un parámetro que
crece cada día más. Pero, en este contexto ¿qué les pasa a los que sí son
jóvenes? ¿A quiénes se quieren parecer, si quienes deberían ser sus referentes
se quieren parecer a ellos? ¿Cómo se construye un modelo de crianza para los
niños bajo estos valores?
La ausencia de límites aparece
como una de las primeras causas para justificar este contexto ¿Para qué sirven
los límites? La Lic. Marcela Martínez, explica su importancia: “El límite es el
primer acto de amor que los padres ofrecen en la vida, es el primer organizador
en la vida de un hijo. Dar y poner límites, es enseñarle a nuestro hijo a, que
aprenda a esperar y a saber que no todo es aquí y ahora. Que hay cosas que puede
y hay otras que no puede hacer o tener”.
Sin límites no hay noción de
realidad, ni de sociedad. En dicotomía con el pasado, la nueva generación de
padres marca una diferencia explícita en no querer parecerse a sus progenitores.
La disciplina extrema y la ausencia de razones para cumplir las normas, aparecen
como un modelo anterior de crianza, que los nuevos padres rechazan. Pero, en
encontrar el equilibrio se encuentra quizá la mejor forma para ser razonables y
coherentes. Se puede ejercer la disciplina con los niños y también, explicarles
las razones por las cuales las normas y el respeto son radicales en el
crecimiento.
“Ponerle límites a los hijos, no
tiene que ver con autoritarismo, sino con autoridad y que el abandono de
tácticas excesivamente autoritarias no debe desembocar en una permisividad
contraproducente para padres e hijos“, explica la Lic. Martínez.
Sin límites, el rol de autoridad
será coherentemente cuestionado por los niños, ya que si se sienten descuidados,
creen que ellos tienen el poder de las decisiones. Pero, los padres de hoy en
día no son ajenos al contexto en el cual viven, y por ello, en una sociedad
adulta que tiene dificultades para respetar pautas sociales y culturales y
normas de convivencia básicas, es natural que esta tendencia se traslade a su
propio hogar.
Entonces, ¿cómo crece un niño sin
límites? ¿Por qué los adultos no pueden ejercer la autoridad para con sus hijos?
“Hoy los padres no se sienten fuertes para enfrentarse a sus hijos, por diversas
razones. A veces son demasiado complacientes para compensar el poco tiempo que
les pueden dedicar. También la autoestima juega un rol importante, ya que cuando
esta no pasa por su mejor momento, queremos ser aceptados por nuestros hijos a
cualquier precio“, explica la Lic. Martínez.
Pero, aunque las razones sean más
o menos válidas, la ausencia de adultos trae consecuencias negativas al
desarrollo presente y futuro del niño. Quien no tiene límites, cree que nunca
tiene suficiente. En este marco, exige cada vez más y no tolera ningún tipo de
negativas. La intolerancia a la frustración es el resultado de la ausencia de
disciplina.
Poner límites es más difícil.
Habrá que tolerar las quejas, los enojos y los reproches, pero es generar
conciencia y criar en valores a largo plazo. “Es importante saber que primero el
límite los enoja pero luego los tranquiliza. Nuestra conducta y actitudes como
padres serán el modelo y la forma en la cual comprenderán que esperamos de
ellos. Y desearán responder a esa expectativa por el amor que nos tienen.
Aprenderán así, poco a poco a socializarse, a crecer como personas autónomas,
libres, con normas y reglas incorporadas para poder compartir y convivir en la
sociedad que les toca vivir“, asegura la Lic. Martínez.
Ejercer los roles es radical para
la buena crianza. Quien es adulto debe responder a sus capacidades y
obligaciones, ya que para un niño sus padres deberían ser sus referentes. Si
sucede lo contrario, si los más chicos son el modelo de sus progenitores, los
únicos perjudicados son los hijos.