Ya hay 70 millones de personas que sufren la pobreza en Europa y cada vez es más frecuente ver gente inspeccionando los contenedores de basura cercanos a los supermercados, para poder aprovechar lo que ya no se puede vender.
Mientras algunos están dispuestos a comer lo que recogen de los contenedores, el resto de la sociedad europea despilfarra alimentos que serían perfectamente consumibles, nada menos que 179 kilos al año por habitante, lo que equivale a 89 millones de toneladas al año, como denuncia un informe del Parlamento Europeo. España desperdicia una media anual de 163 kilos por persona, lo que suma 7,7 millones de toneladas al año. Es el sexto país que más comida tira, tras Alemania (10,3), Holanda (9,4), Francia (9), Polonia (8,9) e Italia (8,7).
Toda la cadena alimentaria es responsable de este derroche, desde la producción hasta la mesa, aunque son los consumidores finales quienes más desperdician, un 42% del total. Las principales causas son la falta de conciencia, un mal empaquetado y la confusión con las fechas de caducidad.
Los restaurantes desperdician más de 63.000 toneladas de comida al año -el doble que hace un par de décadas-, según un informe de Unilever Food Solutions avalado por la Federación Española de Hostelería y Restauración (FEHR). Según el estudio, el 60% de este derroche es fruto de una mala previsión al hacer la compra. Otro 30% se desperdicia durante la preparación de las comidas y el 10% es lo que los comensales se dejan en el plato, es decir, los verdaderos desperdicios. Es necesaria una mejor planificación y gestión de los recursos, por ejemplo, en las preparaciones podríamos aprovechar los restos de verduras para hacer purés, las espinas para salsas y las frutas para mermeladas.
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En el último eslabón de la cadena, el consumidor es el que más derrocha. Faltan más envases individuales e información en el etiquetado. Un 18% de los europeos no entiende la diferencia entre fecha de consumo preferente y la de caducidad. La primera se refiere a cuándo es recomendable haber consumido el producto, pero después sigue siendo comestible. La segunda indica el momento a partir del cual el producto podría estar en mal estado y suponer un riesgo para la salud.
Fuente: El País