La prensa y los medios insisten mucho en la problemática del hambre. Hoy día, dos tercios de la población de nuestro planeta sufren hambre. La pobreza azota el mundo. No podemos girar la mirada ante ese drama humano. Con una buena distribuc
ión de la riqueza y unas políticas justas esta situación se podría arreglar. Ante el dolor del mundo, hemos de ser solidarios y expresar nuestras ganas de serlo, en gestos reales no de pensamiento o deseos. Millones de personas mueren de hambre. Si nos sentimos, agradecidos, porque la vida nos ha dado todo ,el pan, la familia, el trabajo, los amigos… no podremos permitir que a alguien a nuestro lado le falte el pan.
Pero la solución no sólo es cuestión de dinero ni responsabilidad exclusiva de los gobernantes. El problema de la pobreza y el hambre se resolverá con un cambio de mentalidad y de corazón. Nadie es causa directa del hambre en el mundo, pero cada cual contribuye a ella con su actitud de indiferencia o de desánimo. Todos podemos hacer alguna cosa. El milagro es que cada uno haga un pequeño esfuerzo personal. La generosidad produce un efecto en cadena.
Si sumáramos la pequeña generosidad de todos los seres humanos, podríamos aliviar mucho este problema del hambre. El verdadero milagro es compartir lo poco o mucho que se tiene.
En el mundo no solo hay hambre de pan sino también hay hambre de comprensión, de dulzura, de amistad, de ternura, de familia… Mientras no tengamos conciencia de los problemas del mundo actual , mucha gente morirá, no de hambre física, sino de tristeza, de ignorancia.
Cuánta gente busca saciar su hambre y llenar su corazón, su alma, el vacío interior que siente por dentro. La gente busca sentido a sus vidas. Tiene hambre de cariño deseos de felicidad, de encontrar un norte en su existencia, de saber los porqués de su ignorancia, un sentido verdadero a sus vidas.