El agujero
Los padres de Ana se habían divorciado. A partir de ahora ella viviría con mamá.
Se han mudado a una casita baja en las afueras. Es pequeña, antigua, con vallas metálicas y un jardín. También tiene un columpio y un minúsculo estanque donde malviven algunos peces de colores.
A Ana le entusiasma la casa, su barrio y las nuevas amiguitas del colegio. Lo único que no acaba de gustarle es el agujero que hay en el techo de su habitación. Es un boquete sin fondo que supura babas de moho y apesta a pozo negro. Tampoco le gusta el niño que sale de allí en cuanto su madre le da las buenas noches y apaga la luz. Tiene los ojos de cuervo furioso, la piel cubierta de úlceras con gusanos y una boca descomunal. Es rápido, serpentea por las paredes a la velocidad de un parpadeo.
Ana quiere contárselo a mamá, pero bastante tiene ella con ese señor tan raro que le hace gritar, gemir y revolcarse entre las sábanas noche tras noche.
Y es que el agujero del techo de la habitación de mamá es el doble de grande que el de la suya.
® Luisa Fernández