Hemos comenzado a vivir el Tiempo de Adviento, un tiempo fuertemente mariano. Es razonable y lógico que así sea ya que María de Nazareth vivió mejor que nadie y como nadie, la espera del Mesías. Del Hijo de Dios, de su propio Hijo, por su aceptación total a la voluntad del Padre. El sí de María alcanza a toda la humanidad, por siempre. Y el tiempo de su espera, había de ser un tiempo de amor, de adoración, sin límites. Era su Hijo, y era Dios. Dios hecho hombre quien venía al mundo de los hombres, desde su mundo de eternidad. Nos sería imposible en este Tiempo, no contemplar a María, la Virgen Madre. Tan jovencita, casi tan niña. Soñando con su bebé, adorando su realeza, su divinidad. Estaba anunciado el gran acontecimiento por los profetas, por Isaías, a quien se tiene muy presente en estas primeras semanas del Adviento. Como a Juan, el Precursor. Decíamos el domingo primero de este Tiempo Litúrgico, que los protagonistas del Adviento eran, justamente ellos: Isaías, Juan, y María. Isaías lo adelanta en sus profecías, Juan lo anuncia a las gentes desde el desierto, María le da su humanidad, la vida como hombre. Al Dios de todos y de siempre. ¿Cómo vivimos nosotros este tiempo de espera? ¿Cómo preparamos nuestro corazón para recibir el regalo más grande de la historia? Para recibir este don divino, tendremos necesariamente que acallar ruidos y voces que puedan aturdirnos y alejarnos de una situación de maravilla, de una espera de gozo silencioso, como es silencioso todo lo grande. El universo se mueve en silencio, la semilla germina en silencio, la naturaleza crece en silencio. Nuestra oración brota en el alma silenciosa que se recoge piadosa ante la presencia de Dios. ¿Viviremos en el ruido mundano, pensaremos acaso en qué regalos haremos o recibiremos? ¿En nuestro presupuesto personal y cómo lo manejamos? ¿Será más importante esta fase mundana, que la expectativa por el nacimiento único de Dios, que viene a nosotros? Para todo hay tiempo y lugar... y lo primero, es lo primero. Después y en segundo término, vendrán las preocupaciones familiares que caracterizan estos momentos del año.
María y José esperan el gran acontecimiento en sublime adoración. Podemos y debemos acompañarlos. Desde este hoy que nos envuelve en mil dificultades e interrogantes. No importa. Lo que sí importa que Jesús viene a redimirnos, a regalarnos la salvación eterna. Desde lo más profundo de nosotros mismos, entonemos el aleluya junto a los ángeles que nos anuncian al Niño Jesús.