Aquel que grita aun ser indefenso o a un subordinado, también puede gritar a una mujer, a un anciano o a un niño.
Gritar por costumbre es una enfermedad triste pero gracias a Dios curable. Es dejar salir la fiera que todos llevamos adentro; aunque valgan verdades las fieras no gritan.
En un conflicto de opiniones, serénate, sonríe y si es posible guarda silencio, pero jamás grites. El que lo hace está anunciando que ha perdido el control de la situación.
En todo grupo humano convencen las ideas y los argumentos, aunque sea a media voz, por escrito y hasta con señas. El grito esta por debajo de todo eso.
El que tiene la razón no grita. Los sentimientos más nobles y las palabras más bellas se dicen en voz baja y en tono amable.