La tarde del Viernes Santo presenta el drama
inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario.
La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie
como signo de salvación y de esperanza.
Con la Pasión de Jesús según el Evangelio
de Juan contemplamos el misterio del Crucificado,
con el corazón del discípulo Amado, de la Madre,
del soldado que le traspasó el costado.
San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos
lleva a contemplar el misterio de la cruz
de Cristo como una solemne liturgia.
Todo es digno, solemne, simbólico en su narración:
cada palabra, cada gesto. La densidad de su
Evangelio se hace ahora más elocuente.
Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología.
Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el
patíbulo es trono desde donde el reina.
Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica
inconsútil que los soldados echan a suertes.
Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva,
Hijo de María y Esposo de la Iglesia.
Es el sediento de Dios, el ejecutor del
testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu.
Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no
le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz
que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres
vuelven hacia él la mirada.
D/A