DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
Adoramus te, Christe, etc
Contempla, cristiano, a esos dos malhechores crucificados con el Señor. ¡Qué maldades no habría hecho el buen ladrón!
Sin embargo, dice a Jesús: Acuérdate de mí cuando estuvieres en tu reino; y al instante oye: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¡Qué bondad la de Dios! ¡Cuán pronto, pecador, recobrarías la gracia y amistad divina, si quisieses arrepentirte de veras!
Pero si dejas tu conversión para la muerte, ¡ay!, teme no te suceda lo que al mal ladrón. ¿Qué hombre tuvo jamás mejor ocasión para convertirse? Dios derramaba su Sangre por él: tenía a sus pies a la abogada de pecadores, María Santísima: a su lado estaba Jesucristo, el sacerdote más celoso del mundo, para ayudarle a bien morir; oye la exhortación de su compañero: ve toda la naturaleza estremecida; y sin embargo, muere como ha vivido; continúa blasfemando, y se condena eternamente.
No permitas, Jesús mío, que sordo a tus inspiraciones divinas, deje yo mi conversión para la muerte.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
Miserere nostri, etc
Muere la vida nuestra
Pendiente del madero
¿Y yo, como no muero
De amor, o de dolor?
Casi no respira
La triste Madre yerta
Del cielo abrir la puerta
Bien puedes ya, Señor.
Llevemos, etc
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