DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús despojado de sus vestiduras.
Adoramus te Christe, etc.
Cuando te curan una herida, por fino que sea el lienzo que la envuelve, y por cuidado que tenga la más cariñosa madre, ¿qué dolor no sientes al despegarse la tela de la carne viva?
¿Cuál sería, pues, el tormento de Jesús al quitarle las vestiduras?
Como había derramado tanta sangre, estaban pegadas a su cuerpo llagado: vienen los verdugos y las arrancan con tanta fiereza, que llevan tras sí la corona, y hasta pedazos de carne que se le habían pegado…
¿Y en qué pensabais, oh purísimo Jesús, al veros desnudo delante de tanta muchedumbre?
“En ti, pensaba, pecador; en los pecados impuros que sin escrúpulo cometes; por ellos ofrecía yo al Eterno Padre esta confusión y suplicio tan atroz.
Sabía cuanto te costaría deshacerte de aquel mal hábito, privarte de aquel placer, romper con aquella amistad criminal; por eso permití en mi cuerpo inocentísimo tan horrible carnicería”
¡Oh inmensa caridad la tuya! ¡Oh negra ingratitud la mía! Nunca más, Señor, renovar esas llagas con desenfrenada licencia: nunca más pecar.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Miserere nostri, etc.
Tú bañas, Rey de gloria,
Los cielos en dulzura;
¿Quién te afligió, Hermosura,
Dañandote amarga hiel?
Retorno a tal fineza
La gratitud pedía;
Cesó ya, Madre mía,
De ser mi pecho infiel.
Llevemos, etc.
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