Cuentan que una vez, un hombre muy malo resolvió jugarle
una mala pasada a un maestro, famoso por su sabiduría
. Preparó una armadilla infalible, como aquéllas que solamente
los malos pueden concebir. Tomó un pájaro y lo agarró
en las manos, imaginando que iría donde el anciano
y experimentado maestro, y le haría la siguiente pregunta:
"maestro, ¿el pajarito que traigo en las manos está vivo
o muerto?" Naturalmente, si el maestro respondía
que estaba vivo, él lo estrangularía con sus manos,
y le mostraría el pequeño cadáver.
Si la respuesta fuera que el pájaro estaba muerto,
abriría las manos, liberándolo y permitiendo que volara
y ganara las alturas. No importaría la respuesta,
él cometería un error ante los ojos de todos los que
vieran la escena. Así lo pensó. Así lo hizo.
Cuando varios discípulos se encontraban alrededor
del venerando señor,
se aproximó y le formuló la pregunta fatal.
El sabio miró al hombre, profundamente,
a los ojos. Parecía que deseaba examinar
lo más recóndito de su alma, después respondió,
tranquilo y seguro: "el destino de ese pájaro,
hijo mío, está en tus manos." La historia puede sugerirnos
varios aspectos.
Podemos analizar la maldad humana,
que no vacila en estrangular inocentes para alcanzar
sus objetivos. Podemos meditar en la excelencia
de la sabiduría, que se sobrepone a cualquier ardid
de los deshonestos. Pero podemos sobretodo
hablar sobre el destino humano,
aún tan mal comprendido. Normalmente,
todo se atribuye a Dios, a Su voluntad:
las enfermedades, la miseria, la ignorancia,
la desgracia...
Ahora, si Dios es de infinito amor y bondad,
según nos reveló Jesús, ¿cómo podemos concebir
que Él sea el promotor de los infortunios?
La vida nos es dada por Dios pero la calidad
de vida es fruto de las acciones humanas.
Si el mal impera, es porque los buenos se omiten,
de forma tímida, permitiendo su avance obstinado.
La mano que liberta al hombre de la desgracia
es la de su semejante, el más próximo que se
le acerque. Así, el destino de nuestra sociedad
es la suma de nuestras acciones. Hijos de Dios,
creados a Su imagen y semejanza,
ejercitemos la voluntad, moldeando nuestro destino
glorioso, y también influenciemos positivamente
las vidas de los que nos rodean.