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General: HOTEL VILLAVICENCIO
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: copernico  (Mensaje original) Enviado: 03/08/2013 02:43

Un hotel es mucho más que un lugar de tránsito. Para algunos es un refugio, un sitio en el que se procura solaz y descanso; para otros, un sueño de efímera grandeza, una especie de altillo social desde donde se puede contemplar con generoso desdén al resto del mundo o un solar donde dar rienda suelta al amor escondido.   

Para los mendocinos el Gran Hotel Villavicencio representa todas estas fantasías. Tanto para los que alguna vez concurrieron a tomar el té estrenando el último vestido de moda como para quienes trabajaron en sus instalaciones sirviendo a los elegantes pasajeros. 

Pero su fachada y su entorno, la imagen del pequeño paraíso escondido en la montaña que desde principios del siglo XX se convirtió en la postal más difundida de Mendoza, adquirió para los mendocinos múltiples significados. 

No hay familia que no se haya tomado una fotografía frente a sus escaleras ni pareja que no haya recorrido sus jardines tomada de la mano.

Una de las tantas imágenes publicitarias del hotel.

Con el nombre de un capitán español de la colonia, una vieja mina de oro, una redituable fuente de aguas termales rodeada miles de hectáreas de arisca montaña, Villavicencio fue posta, posada, hostería y hotel de lujo a lo largo de más de doscientos años.

Inaugurado en 1940, cerró sus puertas en 1978 después del Mundial de Fútbol. Desde entonces ha cambiado de dueños, de administraciones y de destino. 

Hoy sigue cerrado, con su viejo esplendor un tanto vapuleado por el artero paso del tiempo. Pero su mole de piedra y madera llena de historia sigue atrayendo como un imán a cientos de personas por día.

Les contamos los meandros de su historia, el trabajo de sus hombres y mujeres, y las trapisondas de sus fantasmas.  

Joseph Villavicencio, el capitán que buscaba oro

La historia de Villavicencio se remonta a la fundación misma de Mendoza. Al comenzar la ocupación del vasto territorio, se creó la estancia de Canota, que cuenta con el registro de propiedad Número 1 del año 1650, ya que la zona ofrecía la posibilidad de convertirse en un atractivo centro de desarrollo tanto ganadero como minero. Los jesuitas construyeron hornillos de fundición de oro y plata en las Minas de Paramillos, que aún hoy se conservan, y hacían llegar hasta Chile y a lomo de mula, los metales preciosos.

Toda la zona toma su nombre del capitán canario Joseph Villavicencio cuando en 1680 se instaló en el lugar y descubrió a unos doce kilómetros de donde está hoy el hotel, minas de oro y plata a las cuales bautizó como Los Hornillos, según relata el historiador Fernando Morales en su libro Villavicencio a través de su historia, publicado en 1943 por la editorial Peuser.

Postal del viejo Hotel Termas de Villavicencio del año 1929.

“Villavicencio fue uno de los capitanes que acompañó a Pedro del Castillo en la fundación de Mendoza y esas tierras formaron parte de su patrimonio. Villavicencio fue el que comenzó a hacer algunas intervenciones en la zona, como la construcción de estos hornillos, porque era una zona rica en metales preciosos”, explica la arquitecta Graciela Moretti, especialista de la Dirección de Patrimonio de la Provincia.

El Gran Hotel Villavicencio durante su construcción. Fue terminado en apenas seis meses e inaugurado en 1940. Foto: Archivo General de la Provincia.

El hombre del agua: Ángel Velaz 

El ganadero y miembro de la Sociedad Rural Argentina, Ángel Velaz fue el fundador de la empresa Termas de Villavicencio y conductor de la misma desde la compra de las tierras, en 1923, hasta su muerte. 

“El hotel se inició por iniciativa del propietario de Termas de Villavicencio que ya venía desarrollando una actividad comercial importante en la zona. Y se le ocurrió agregar el tema del ocio y la recreación a través del hotel, pero con el objeto de promocionar aun más el agua mineral, para que la zona fuera conocida a nivel nacional y para que las bondades del agua termal fueran más difundidas”, apostilla Moretti.

Durante su gestión se construyó la planta de fraccionamiento y embotellado de agua mineral en las calles Videla Correa y Perú, de Ciudad, desde donde el agua salía en camiones hacia distintos puntos del país en modernas botellas de vidrio.

La arquitecta puntualiza que “Velaz adquirió las tierras, construyó la infraestructura de las aguas termales y llevó el caño de agua a la ciudad, a la calle Videla Correa donde estaban los surtidores de agua mineral y la embotelladora”.

Ángel Velaz falleció en 1943 en el Gran Hotel de Villavicencio que él mismo había construido; sus sobrinos manejaron la empresa hasta que el grupo empresarial liderado por Héctor Greco la compró en 1979. “Por eso fue que el hotel cerró, cuando Greco quebró y todas sus empresas quedaron a la deriva”, subraya Moretti.

El paso a Chile

Desde 1561 hasta 1891 Villavicencio fue la principal ruta entre Buenos Aires y Santiago de Chile. Esto determinó que los numerosos viajeros que hacían el trayecto pasaran por la “miserable” casa o posta que hacia 1810 ofrecía algo de refugio pese a sus escasas comodidades. Así lo documentaron en sus diarios y memorias numerosos científicos europeos, entre ellos el naturalista inglés Charles Darwin quien pasó dos días en la “choza aislada de Villavicencio” en 1835.

“En enero de 1817 el general San Martín tomó el camino de Villavicencio y en la estancia de Canota dividió el Ejército de los Andes en las dos columnas que cruzarían a Chile. El general Las Heras y el Regimiento Número 11, después de hacer noche en Canota, se dirigió hacia el camino de Uspallata y el grueso de las tropas, al mando de San Martín, cruzó por el Paso de los Patos para tomar por sorpresa a los realistas chilenos”, apunta Silvina Giudici, responsable del predio que actualmente es propiedad de la empresa Aguas Danone de Argentina.

Con una maestría en Desarrollo Sustentable de Turismo, entre sus numerosos títulos académicos, Giudici subraya que “la existencia de este paso no es menor para Villavicencio ni para la vida del hotel. Darwin y otros viajeros destacan la carencia absoluta de un lugar donde descansar. Lo único que había era una posada ruinosa, una choza, con un servicio prácticamente inexistente”.

El Gran Hotel Villavicencio

En las guías turísticas de 1920 ya figura el ofrecimiento de un circuito por Villavicencio, una visita por el día, con almuerzo en la hostería, toma de baño termal y el viaje en autos particulares que ofrecían un servicio semejante al de los taxis de hoy. Esta hostería fue una de las primeras construcciones de la zona y funcionaba como una pequeña posada. 

El aluvión de 1934 no sólo afectó gravemente el hotel de Cacheuta sino que inhabilitó el Tren Trasandino durante diez años y afectó el trazado de la ruta hacia Uspallata. Esto animó a Velaz a impulsar nuevamente Villavicencio y a construir un nuevo hotel, grande y lujoso, destinado a las clases altas.

Vista lateral del hotel recién inaugurado.

Simultáneamente, al paralizarse el transporte hacia Chile se reactivó la Ruta 7 y se mejoró el camino a Villavicencio ya que los pasajeros hacia el vecino país debían llegar a Punta de Vacas en automóvil. De ahí que entre 1936 y 1942 se construyeran los Caracoles de Villavicencio con sus 365 curvas.

Graciela Moretti señala que “el hotel que conocemos hoy se terminó de construir a principios de 1940. Fue terminado en apenas seis meses por la empresa del ingeniero Emilio López Frugoni. No se ha encontrado el nombre del arquitecto, del proyectista, ni se nombra en el libro de Morales Guiñazú. López Frugoni tenía una relación laboral con el arquitecto Daniel Ramos Correas, pero no hay un dato preciso de que Ramos Correas haya proyectado el edificio. La capilla sí es su proyecto”. 

“La capilla se construyó porque muchas de las damas que venían de Buenos Aires querían tener la celebración de la misa. Entonces, en 1942 se construyó la capilla y Ramos Correas la incluye como una de las obras de su autoría, pero no el hotel”, asevera Moretti.

Silvina Giudici, responsable de la Reserva Natural Villavicencio, apostilla que “la capilla se construyó por la cantidad de puesteros en relaciones conyugales irregulares y con hijos no bautizados. Los puestos de ganado en la zona de Villavicencio eran muy numerosos y la gente se amancebaba. Fue la esposa de Velaz quien, junto a sus amigas, decidió regularizar esta situación creando la capilla para que  la gente se casara y bautizara a sus hijos”.

“En las cercanías del hotel estaban las viviendas, el comedor y el dormitorio del personal. Eran tres casitas de entre seis y doce habitaciones cada una, con un baño general. Recordemos que en un momento el hotel tuvo alrededor de cien personas trabajando en él”, relata Giudici.

También hay una serie de pequeños testimonios de principios del siglo XX, como un antiguo telégrafo que da cuenta de la importancia que tenía este destino para los viajeros.



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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: copernico Enviado: 03/08/2013 02:46
Vista general del hotel y la capilla en una imagen de 1943. Foto Gentileza de Aguas Danone de Argentina.

El hotel: arquitectura de impacto

El Gran Hotel de Villavicencio era pequeño, comparado con otros de su época, ya que sólo tenía treinta pequeñas habitaciones con baño privado y agua termal en cada una de ellas. Poseía muebles rústicos, las arañas de los grandes salones se hicieron con ruedas de carretas y las camas tenían respaldos de hierro. Los pisos eran de tablones de roble americano y las puertas de las habitaciones también fueron construidas con maderas de calidad. 

Las paredes lucían acuarelas, óleos y grabados de artistas plásticos argentinos y extranjeros. También contaba con un piano y una orquesta. El clima interior rezumaba calidez sin ostentación, adecuada a la concepción de hotel de montaña.

“Lo destacable es que tenía una gran profusión de ambientes comunes. Esto se debe a que, además de albergar a los turistas, recibía a los mendocinos que iban al hotel a almorzar y a tomar el té. Ofrecía un gran salón comedor, salones de baile, un salón de té y en la parte baja tenía una galería cubierta donde se podía hacer deportes como ping pong y minigolf. También había una sala de juegos infantiles. Esos ambientes especiales tendían a jerarquizar el hotel”, destaca Moretti.

Además, tenía una cancha de tenis y de bochas, a las que en los ´60 se sumó una modesta piscina de natación.

La arquitecta explica que “el estilo era de lenguaje europeo y remitía a la arquitectura alpina, normanda. Se ve en los techos inclinados de gran pendiente, los muros blanqueados a la cal, los muros cruzados por maderas. El uso de la madera, de la teja, de las arquerías, de los balcones era de inspiración alpina. Se buscó darle esa impronta porque como enclave, con los cerros rodeándole y la profusa vegetación, Villavicencio remitía a un escenario alpino”.

La capilla y el estilo de Ramos Correas

“En cambio, en el edificio de la capilla se advierten elementos del lenguaje neocolonial, éste es un estilo que remite a nuestro pasado de los siglos XVI, XVII y XVIII. Pero en el caso de la capilla de Villavicencio, Ramos Correas le suma al estilo neocolonial el mission style, que era el de las misiones franciscanas de California”, destaca la especialista. 

El mission style fue el lenguaje arquitectónico colonial de California, Estados Unidos, puesto que en toda la costa californiana no hubo misiones jesuíticas sino franciscanas. Para refrendar esta influencia, al entrar a la capilla se ven grabados de misioneros franciscanos con el típico atuendo de esta orden religiosa.

Moretti apunta que “el mission style se ve en el uso de las arquerías, de espadañas, de balcones y escalinatas de madera, de la volumetría de muros blancos, de masa fuerte. La capilla tiene una habitación que funciona como terraza y desde allí se divisa todo el paisaje. Ramos Correas eligió este estilo para la capilla de Villavicencio y para la de Chacras de Coria, que es una versión similar sólo que ésta tiene una torre campanario”.

Lo importante en Villavicencio es la relación de los edificios con el paisaje. “Se trata de volúmenes extrovertidos, en los cuales todo el aventanamiento está disfrutando del paisaje, diferente de las arquitecturas introvertidas en las que los edificios rodean espacios cerrados. En este caso se trata de volúmenes que miran el paisaje porque querían darle al turista, luego de tomar el baño termal o de pasear por las terrazas ajardinadas con desniveles y de las canchas de tenis o de las piletas, disfrutar de la relación con el entono natural”, analiza la arquitecta.



Auge y caída

“El hotel estuvo en funcionamiento desde 1940 hasta 1978. En el cierre influyó mucho el trazo de la nueva Ruta 7 y la apertura del Túnel Internacional. Hasta los años ´50 la ruta que pasaba por el hotel era al que se usaba para ir a Chile por Uspallata. Cuando se pavimenta la Ruta 7 y se cambia su trazado haciéndola pasar por Potrerillos, ésta pasa a ser la Ruta 52, con la consiguiente disminución del tránsito”, relata Moretti.

Conserjes, mucamas, maleteros, cocineros, mozos, guías, médicos y profesores de tenis pululaban entre los pasajeros del Gran Hotel Villavicencio. La experta en Patrimonio destaca que “trabajaban alrededor de cien personas. Era un turismo de alto nivel, venía gente de Buenos Aires que a veces ni pasaba por Mendoza. Tomaban el tren en Retiro, paraban en la estación Mendoza y de ahí se los conducía a Villavicencio. Estaban acostumbrados a un turismo estilo europeo. Se trataba de pasajeros que en invierno iban en barco a Europa y en verano venían a Villavicencio a descansar". 

“Tenían la pileta de agua normal y los baños termales dentro de las habitaciones. La diferencia con las aguas termales de Cacheuta es que éstas eran muy calientes, mientras que las de Villavicencio lo eran menos. Esto a veces era un desventaja, pero sí era muy efectiva en cuanto a sus poderes curativos. Galileo Vitali señala en su libro las potencialidades de las aguas de Villavicencio", alega la arquitecta 

“El nuevo trazado de la ruta 7 y el desarrollo del Ferrocarril Trasandino generó el decaimiento del hotel a nivel económico, puesto que con el tren la gente empezó a irse a veranear al mar. La clase social alta que iba en busca de descanso en vez de quedarse en Cacheuta o en Villavicencio comenzó a viajar a Chile”, argumenta Giudici.

A lo que agrega que “a la larga, la suma de varios factores hizo que el negocio del hotel no fuera rentable desde el punto de vista económico. Sí lo fue como imagen de la empresa de agua termal”, razona la representante de Danone.

Compras y ventas

La sociedad Termas de Villavicencio fue comprada a los herederos de Ángel Velaz por el Grupo Greco en 1979. Con la transacción adquirió tanto la línea de agua mineral como el hotel. 

“El Grupo Greco decidió hacer una gran inversión y ampliar el hotel hasta unas 150 habitaciones. Este proyecto fracasó por la demanda del recurso hídrico y del recurso energético para dar servicio a tantas habitaciones. La cantidad de agua es muy grande necesaria y el negocio central nunca dejó de ser el agua. Los directores del Grupo Greco deben haberlo analizado y lo descartaron. Pero si alcanzaron a trabajar en la planta baja donde estaba el área de servicios y demolieron las duchas y baños del personal y la lavandería. También se empezó a trabajar sobre lo que era la recepción del hotel y la cocina”, detalla Giudici.

Estos trabajos se hicieron después del Mundial ´78 y luego se cerró. A propósito del encuentro deportivo y el Gran Hotel Villavicencio, la arquitecta Graciela Moretti señala que “es un mito que la selección de Holanda se haya hospedado en Villavicencio; los jugadores se hospedaron en el Hotel de Potrerillos; de hecho se construyó allí una cancha para que practicaran los deportistas”. 

Con la quiebra del Grupo Greco en 1980, el Estado intervino el hotel hasta 1992.  "Entonces  aparece el Grupo Cartellone que compra la empresa, retoma la actividad, construye la planta de fraccionamiento del agua en Canota y trata de buscar un proyecto nuevo para revivir el hotel. Pero los proyectos con respecto al hotel fracasan por las dificultades combinadas respecto de los costos de energía eléctrica, de los problemas de comunicación –actualmente estamos comunicados a través de radios-, por la seguridad porque se trata de kilómetros y kilómetros de rutas solitarias que hoy son controladas y cuidadas por Danone y por la demanda del recurso hídrico para asistir a tanta gente”, explica Silvina Giudici. 

A comienzos del año 2000 se formalizó la compra de Termas de Villavicencio por parte de la firma Aguas Danone de Argentina. Ésta adquirió toda la zona que suma 72.000 hectáreas,  incluyendo el patrimonio arquitectónico y el natural, creando la Reserva Natural Provincial de Villavicencio, la cual es zona protegida.

“Actualmente la empresa quiere reabrir el hotel. Para Aguas Danone esto es una convicción y querríamos anunciar pronto la reapertura del hotel. El año pasado anunciamos el plan de manejo del hotel desde el punto de vista de la reserva. A fines de 2008 venció la propuesta que hizo la empresa Hoteles Álvarez Argüelles que avanzó en un convenio para desarrollar el hotel pero esta propuesta no prosperó porque ellos no encontraron el financiamiento necesario para la construcción de un nuevo hotel y la recuperación del Gran Hotel Villavicencio”, desarrolla Silvina Giudici.

Cocineros en acción: el hotel llegó a contar con una plantilla de cien personas. Foto: Gentileza Aguas Danone de Argentina.


Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: copernico Enviado: 03/08/2013 02:47
Historia del misterioso huésped del Hotel Villavicencio



 
Los cuatro amigos en el camino. 


Días atrás publicamos la historia del Gran Hotel Villavicencio. Durante la investigación hallamos la ficha de un pasajero, de 1959. Lo buscamos, lo encontramos y nos contó una maravillosa historia. 


 
La ficha que nos llevó a buscar al "pasajero misterioso". 

 
Pezzuto y sus amigos en el cruce a Chile



Tiene 19 años y es feliz. La ruta atraviesa los montes calvos, divide el paisaje como un hacha apenas esbozada y la luz huye del paso de las motocicletas como un pájaro caliente. Es febrero de 1959 en Mendoza y para Jorge todo es aventura. Es un viaje de iniciación y no sabe, no puede saber, qué le espera en la ruda subida de los Caracoles de Villavicencio. 

Lleva una cámara fotográfica y un diario y el corazón lleno de alegría. Su destino y el de los tres amigos que lo acompañan es Chile; su objetivo, cruzar la cordillera como nuevos héroes. El mundo está recién hecho y todo es posible. Tiene los ojos llenos de emociones y apreta el manillar de su Gilera con la fe de los inocentes. 

Todo es hoy e ignora que horas más tarde su nombre quedará escrito en una ficha de hotel que el azar pondrá frente a otra cámara fotográfica 51 años después. Pero esta vez será Mendoza quien irá en su busca y volverá a emocionarlo. 

Se sabe que nunca hay una sola historia para contar, que una historia está llena de pequeñas historias que piden ser contadas. Ésta es una de ellas.
 

 
Canotas: uno de los portales históricos del paisaje mendocino 

 
Los "aventureros" en el cruce a Chile.



En busca del pasajero misterioso


Hace dos semanas publicamos una nota que reflejaba la historia del Gran Hotel Villavicencio. Durante la visita al hotel encontramos decenas de huellas del antiguo esplendor de este edificio lleno de significados para los mendocinos y los argentinos. También encontramos objetos y señales del paso de personas que alguna vez fueron sus huéspedes. 

Entre éstos hallamos un puñado de fichas de registro, intactas y perfectamente legibles, que indicaban nombres, procedencia, estadía, número de habitación y demás detalles de algunos pasajeros. El azar puso frente a la cámara fotográfica una de ellas con el nombre de Jorge Mario Pezzuto, estudiante, 19 años, procedente de Lanús, Buenos Aires, acompañado por Alberto, Osvaldo y Clemente, 2 de febrero de 1959, habitación 286. 

Inmediatamente nos preguntamos quién sería, por qué había estado en el hotel, si sería posible localizarlo. Lo buscamos y lo encontramos. A partir de entonces, entre una decena de llamadas telefónicas y correos electrónicos, Jorge Mario Pezzuto nos contó su propia historia. 

“La historia no sólo me suena familiar, sino que soy el propio Jorge Mario Pezzuto, que por esa época, con diecinueve años recién cumplidos, pasó junto con tres amigos en motocicleta rumbo a Chile”, relata el pasajero de la habitación 286. 

Sin ocultar su emoción, destaca que su estancia en el hotel fue breve, pero que alberga “el mejor de los recuerdos”. Y narra: “Habíamos tenido una falla mecánica al subir Los Caracoles y no podíamos continuar (se había roto uno de los tensores de la rueda trasera de uno de nuestros vehículos y la cadena de transmisión se salía de la corona). Llevábamos dos días de marcha y estábamos cansados, sucios y ya era casi de noche. Cuando vimos el hotel no lo pensé y les dije a mis compañeros: `Voy a averiguar cuánto nos cobran por el hospedaje y si podemos pagarlo´. El comentario de uno de ellos fue: `Nos van a echar a patadas´. 

“Parece que esa noche había un evento o algo así –continúa Pezzuto-, porque al entrar, me encontré con personas muy elegantemente vestidas (creo haber visto hasta un señor de smoking), lo que contrastaba con mi apariencia. Se ve que se apiadaron de nosotros, pues nos dieron alojamiento en habitaciones individuales, con baño de inmersión en agua termal incluido”. 

Y retoma entusiasta: “Recuerdo a una señora con acento extranjero que me recibió en la habitación y me insistía acerca de que debía sumergirme en la bañera con el agua a la temperatura que estaba, es decir bien caliente. Dormimos con príncipes. A la mañana siguiente, en la usina del hotel, un señor muy amable soldó la pieza averiada y pudimos continuar la marcha. Todo eso por un precio mínimo. Casi que nos lo regalaron. Hoy, a la distancia, pienso en ésos momentos y no puedo evitar emocionarme”.
 


 
Deslumbrados por el paisaje y el valor de la amistad



Historia de una ida y una vuelta


Jorge Pezzuto tiene hoy 70 años, dos hijas, cuatro nietos y una esposa que “es la gerenta del hogar”. Dirige una empresa que se dedica a la fabricación de maquetas de buques, de plataformas de petróleo, de equipos militares, orientada totalmente al mercado internacional (www.ultramodel.com.ar) y que inició él “solito” en 1964. 

Sigue viéndose con sus compañeros de aquella aventura que duró veintidós días. “Ni sé porqué se nos ocurrió emprender un viaje de esa naturaleza. Creo que hubo un amigo que nos incitó con sus relatos y como teníamos un fuerte deseo de vivir alguna aventura, lo fuimos preparando cuidadosamente. También disfrutamos con los preparativos”, nos cuenta el aventurero. 

Y detalla el itinerario del viaje: “Tomamos la ruta 8 hasta Río Cuarto; ahí seguimos por la ruta 6 hasta Mercedes, en la Provincia de San Luis, otra vez ruta 7 hacia Mendoza, entrando por Desaguadero; La Paz; La Dormida; Santa Rosa; San Martín y Mendoza. De allí, seguimos por Villavicencio, Uspallata, Puente del Inca, La Cuevas, Paso de la Cumbre (por el Cristo Redentor) y entonces pasamos a Chile”.

Pezzuto recuerda del hotel sobre todo “la buena disposición de las personas para atendernos, consecuencia evidente del carácter de los mendocinos y de estar en un ambiente acogedor y sumamente confortable. Del nivel del hotel nos habla la calidad de los alimentos consignados en la lista de compras para el restaurante del mismo, que aparece en la serie de fotos. 

No evita la crítica y afirma con severidad: “Lo que está pasando con éste establecimiento, con treinta años de inactividad, es algo totalmente impensable para un europeo, por ejemplo. Evidentemente no tenemos idea de lo que fue no solo el hotel, sino el país hace cuarenta o cincuenta años atrás. Hace setenta años que venimos en caída libre y, por lo que se ve, no hay elementos para suponer que va a parar”. 

El entonces estudiante llevó un diario de viaje en que el registró “todos los días, pero en algunas noches que tuve tiempo. No llevaba un reporte diario, sino que dejaba pasar dos o tres días y luego escribía”. 

“Ese viaje me marcó mucho –admite-, sobre todo porque sentí la inmensidad de la gesta sanmartiniana y la fuerte presencia de don José, de quien soy admirador. Desde que tengo uso de razón, en casa de mis padres se bebía Agua Mineral Villavicencio. En las etiquetas de las botellas se veía el hotel y a los costados, dos caminos con la leyenda "Camino a Chile". Eso excitaba mi imaginación. Así, pues, al ver el hotel no lo podía creer y me dije simplemente: ¡existe!”, relata exultante. 

Y reflexiona: “Pienso que para un muchacho de 19 años, una experiencia así, reafirma el carácter y sobre todo estimula el sentido de la amistad y de la cooperación. Sabíamos que cada uno dependía de los otros tres”. 

Pezzuto lamenta no haber vuelto a Mendoza. “Al llegar a Buenos Aires, me estaba esperando un telegrama de la Fuerza Aérea para que me presentara a tomar servicio. Había estudiado en la Escuela de Aeronáutica Civil y era operador de control de vuelo, así que el 9 de marzo asumí mi puesto en la Torre de Control del Aeropuerto de Ezeiza. Luego la vida me fue llevando por otros caminos, otras oportunidades y nunca me hice del tiempo necesario para ese retorno”.
 

 
En el Cristo Redentor.



En primera persona


Pero la alegría de recuperar un pasaje feliz de su propio pasado, provoca la sonrisa de este joven de 70 años dispuesto a la aventura y que hoy no duda en compartir sus sentimientos. 

“Ustedes han tenido la virtud de revolver el sedimento de los años. Anoche, mientras les leía el diario de viaje a una de mis hijas, a su marido y a mis nietas, volví a montar esa motocicleta que me llevó tan lejos”, nos cuenta. 

Y agrega que “Gracias a Dios, soy de los que la vida ha tratado bien y hoy, a los 70 años, no tengo ningún problema para volver a montar una motocicleta y mandarme a Mendoza y a Chile. Ustedes van a ser responsables ante mi familia por los reclamos ante tal actitud, ya que me arden las manos por volver a apretar un acelerador de puño”. 

“Anoche estuvo conmigo uno de los participante de la aventura, Alberto Roberto, rememorando los momentos vividos, cómo se nos producía un vacío en el estómago al bajar las cuestas de Juncal y Juncalillo”, comparte con nosotros. 

Pezzuto insiste en el deseo de volver a Mendoza, de “ver nuevamente el camino flanqueado de álamos y la entrada con el Cóndor. No soy el responsable. Lo son ustedes”, nos acusa con afecto el aventurero. 

 
El hotel Villavicencio en una foto autografiada de 1951.



Diario de viaje


Jorge Pezzuto nos envió la transcripción textual de su libreta de viaje, en la que refiere su breve pero inolvidable estancia en el Gran Hotel Villavicencio los días 2 y 3 de febrero de 1959. 

DOMINGO 2 DE FEBRERO 

“....pasamos frente al Cerro de la Cal y primeras estribaciones montañosas y entramos de lleno en los Caracoles de Villavicencio. Es un espectáculo hermoso e impresionante. Esta parte del camino está profusamente señalizada y con carteles que indican "Tocar bocina". 

"Ya estábamos a la vista del Hotel termas cuando a la moto de Edgardo se le sale la cadena. Pusimos la cadena en su lugar y no había hecho cinco metros cuando se sale nuevamente. Como todo tiene su por qué de ser, observamos la rueda y comprobamos que el estira cadena izquierdo se había partido y la cadena, al hacer fuerza, torcía la rueda y, como es lógico se salía de la corona. No se podía seguir adelante. 

"Como tampoco podíamos armar la carpa en medio del camino, decidimos pasar la noche en el Hotel Villavicencio que estaba un poco más arriba, pero muy cerca nuestro. Decidimos, también que fuera yo a pedir precio por las habitaciones. Llegué al hotel ya casi entrada la noche y la gente que se hospedaba empezó a arremolinarse alrededor de mi moto. 

"(Comienza una nota al margen de mi libreta). Este hotel, es uno de los más famosos en el país y de más categoría, al igual que la mayoría de la gente que allí se aloja temporariamente. (fin de la nota marginal). En realidad el aspecto mío y de mi moto eran bastante llamativos, pues a la moto, de un lado se le veía una olla y sobre el portaequipajes trasero, una frazada. En cuanto a mí, con el casco, las antiparras, las botas, los guantes y la cantimplora que llevaba colgando, debía parecer más un marciano que un motociclista. 

"A la primera persona que vi, le pregunté por la gerencia, y una vez en ella, y con el gerente frente a mí, le solicité con la mayor "humildad" alguna habitación para pasar la noche y un lugar para guardar las motos. 

"Me imagino el tono en que se lo habré pedido, pues cuando salí de la oficina con el conserje, este me dijo que no sabía cómo había hecho yo para ablandar al gerente, pues era la primera vez que se hacía una rebaja tan grande en el precio de las habitaciones, ya que, término medio eran $ 140 por persona y a nosotros nos salió $ 125 para los cuatro. (En realidad, la factura del hotel dice 123). 

"Regresé a donde estaban mis compañeros, que en interín habían solucionado momentáneamente el desperfecto y juntos volvimos al hotel. Si mi llegada causó asombro, mas sorpresa causó la llegada de mis compañeros, pues la gente comenzó a comentar al ver nuestras patentes de la Provincia de Buenos Aires. 

"Una vez que hubimos estacionado las motos, nos dirigimos a nuestras habitaciones. No habíamos llegado a las mismas, que nos salió al paso un señor que por la forma de hablar no podía negar su procedencia española y nos dijo " señores, el baño está listo". Claro, nosotros nos miramos asombrados y felices. Al fin podríamos bañarnos después de tragar tanta tierra. 
Nos condujeron a nuestros respectivos baños y ya entraba en el mío, cuando al mirar hacia un costado, veo a una mujer con un artefacto de madera metido dentro del agua que me dice con un notable acento alemán: "Tiene treinta y siete grados es el maximum". Me imaginé que era la temperatura del agua y metí un dedo, sistema tan antiguo como eficiente. El agua estaba muy caliente y así se lo hice saber, pero esta buena señora estaba empecinada en hacerme bañar a treinta y siete grados y yo, como es lógico, en bañarme en agua más fría. 

"Como el tono iba subiendo y ya se oía desde donde estaba el señor español, que por lo visto era el encargado de esa sección del hotel, éste vino corriendo y abrió la canilla del agua fría. Entonces sí que me pude bañar. Me sumergí en el agua y me quedé quieto, muy quieto, no sé cuanto tiempo; pero cuando salí era otra persona Ya descansado me fui a acostar en una cama, después de dos días de andar sin parar en la moto". 

LUNES 3 de FEBRERO 

“Ya comenzaba a calentar el solcito cuyano cuando despertamos. Nos vestimos e higienizamos y salimos afuera. De día y con sol radiante el paisaje es mucho más hermoso. Caminamos un poco por los alrededores. El hotel estaba prácticamente desierto, pues la mayor parte de los turistas salen en excursiones. Cuando miramos para arriba quedamos prácticamente anonadados, pues el camino subía vertiginosamente y apenas si se alcanzaban a divisar los pequeños mojones blancos. El solo hecho de pensar que teníamos que subir a esa altura, nos daba impresión. 

"Evidentemente, nuestra meta no era el Hotel Villavicencio, así pues, decidimos proseguir el viaje, no sin antes acondicionar las motos limpiando los embragues y soldando en la usina del hotel el estira cadena de la moto de Edgardo. 

"Aproximadamente a la hora, ya estábamos listos para partir, así que abonamos la cuenta del hotel y compramos en la panadería del mismo, un kilo de pan, tanto como para llevar algo de comer con las sardinas que teníamos. 

"Otra vez en marcha, continuamos subiendo y admirando el cada vez más hermoso paisaje. 
A los dos o tres kilómetros se acabó el camino de asfalto y comenzó nuestra lucha contra el ripio y la tierra. Subíamos pegados al paredón hasta con miedo de mirar abajo”






 
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