Un niño
viajaba en un autobús por el centro de la ciudad y allí estaba,
sentado,
arrimándose muy cerca de una señora de traje gris.
Naturalmente, todos pensaban que el niño
era suyo.
No es de extrañar, por lo tanto,
que cuando él refregó sus
zapatos sucios en el vestido de la mujer que se sentaba del otro lado,
ésta le dijo a la señora de traje gris:
-
Perdóneme, pero ¿podría hacer que su hijo saque los pies del asiento?
Sus
zapatos me están ensuciando el vestido.
La mujer de gris se
sonrojó. Luego dio un pequeño empujón al niño, y dijo:
- Este
chico no es mío, nunca antes lo había visto.
El niño se
retorció, incómodo. Era un niño tan chico.
Sus pies colgaban del asiento.
Bajó sus ojos y trató desesperadamente de contener un
sollozo.
- Siento
mucho haberle ensuciado su vestido - dijo a la mujer-, no quise
hacerlo.
- Oh, está
bien- respondió ella algo perpleja.
Luego, viendo que los ojos del niño
seguían fijos en ella, agregó:
- ¿Estás
yendo a algún lugar solo?
- Sí
-replicó el niño-, yo siempre voy solo.
No hay nadie que vaya
conmigo.
Yo no tengo ningún papá ni mamá.
Los dos se murieron. Yo vivo con la tía
Clara,
pero ella dice que la tía María debería ayudar cuidándome un poco.
Por eso, cuando se cansa de mí y quiere irse a algún lado,
me manda para
que me quede con la tía María.
- Oh -dijo
la mujer- ¿vas a casa de tu tía María ahora?
- Sí
-continuó el chico, pero a veces la tía María no está en
casa.
Espero que
esté hoy, porque parece que va llover y no quiero quedarme en la calle
cuando llueva.
La señora sintió un nudo en su garganta, y
dijo:
- Tú eres
muy pequeño para que te estén pasando de una casa a otra
así.
- Oh, a mí
no me importa -dijo el niño-.
Yo nunca me pierdo. Pero, a
veces, me
siento muy solo.
Por eso cuando veo a alguien a quien me gustaría
pertenecer,
me siento muy cerca, y me arrimo y hago de cuenta que
pertenezco a esa persona.
Yo estaba jugando a que era de esta otra señora,
cuando le ensucié a usted el vestido. No me di cuenta de lo que hacía con
los pies.
La señora puso sus brazos alrededor del chico y lo apretó
contra sí,
con tanta fuerza, que casi lo dobla.
Él quería pertenecer a
alguien.
Y, en lo profundo de su corazón, ella deseaba que el chico fuera
suyo.
Este pequeño, en su manera simple e
infantil,
había expresado una necesidad universal.
Y es que no importa
quién se sea, o qué edad se tenga:
todos queremos pertenecer a
alguien...
Desconozco su autor