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General: MALVA MARINA REYES ... LA ÚNICA HIJA DE NERUDA ...
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 09/10/2014 14:27
Juan Heinsohn Huala
Gouda, sábado 21 de agosto, 2004



El día sábado 21 de agosto se realizó en Gouda, Holanda, quizá el más sencillo, pequeño y triste de los homenaje que durante el presente año se realizan en torno al centenario del legendario poeta chileno, premio Nobel de Literatura 1971, Pablo Neruda. Este día un pequeño grupo de personas se congregó en el viejo cementerio de Gouda, junto a la recientemente descubierta tumba de Malva Marina Reyes, única hija de Pablo Neruda, buscando recuperar de esta manera una página poco conocida de la vida del celebre poeta.


Tras largos meses de búsqueda, dirigida por la traductora Gien Klaster-Oederek y en la cual participara activamente Antonio Reinaldos, exiliado chileno residente en Holanda, se logró ubicar en el viejo cementerio de Gouda la tumba de Malva Marina Reyes, hija de Pablo Neruda y de su primera mujer María Antonieta Hagenaar Vogelzang, de origen holandés.

Isabel Lipthay, escritora chilena residente en Alemania leyó un texto relativo al hallazgo de la tumba de Malva Marina e interpretó junto a Martin Firgau algunas canciones latinoamericanas, incluyendo una conmovedora canción de cuna, que fue coreada con emoción por los chilenos presentes. Representantes del Partido Comunista de Chile y de la Fundación Pablo Neruda de Ámsterdam se hicieron presentes con breves mensajes, poemas y flores. Al contrario de lo esperado, no hubo presencia de autoridades o representantes diplomáticos del estado chileno.


Antonio Reinaldos, convocador de este homenaje, dio lectura a un mensaje del poeta e investigador Bernardo Reyes, sobrino de Neruda, que desde Chile, se hacia participe de esta, para su familia, significativa jornada celebrada en el viejo cementerio de Gouda.

Con este sencillo homenaje de cantos, flores y poemas, verdadero acto de reparación frente al abandono y olvido, Malva Marina, única hija de Pablo Neruda, busca dejar constancia de su pequeña presencia en la historia personal de quien es celebrado este año como uno de los poetas más significativos del siglo veinte. El rostro de Malva Marina, que permaneciera desconocido durante 70 años, sonríe ahora desde las numerosas fotografías entregadas generosamente por Fred Julsing, su hermano adoptivo, y que han pasado a engrosar el historial de su breve y silencioso paso por este mundo.





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De: Ruben1919 Enviado: 09/10/2014 14:36
Cuando en agosto de 1934 nació su hija Malva Marina, Pablo Neruda no daba más de felicidad. La niña había llegado al mundo con dificultad, prematura y bajo peso, pero él estaba dichoso y su primera reacción fue mandar tarjetas anunciando la noticia a los cuatro vientos. La alegría le duró poco: a los días Malva Marina comenzó a evidenciar una enfermedad congénita irrecuperable y que la condenaba a un destino aciago. Al parecer, en un primer momento su padre no quiso darse cuenta de la situación, a pesar de que la hidrocefalia ya había hecho crecer su cabeza desmesuradamente. El la veía como una niña hermosa y orgulloso la presentaba a los amigos que venían a conocerla. Uno de ellos, el poeta español y también premio Nobel Vicente Aleixandre contó que Neruda, con una sonrisa que no le cabía en la cara, lo llamó para mostrarle a la criatura que reposaba en su cuna. La poco amable descripción de lo que vio entonces apareció después en su libro Comprendí, pero no explico: “Yo me acerqué del todo y entonces el hondón de los encajes ofreció lo que contenía. Una enorme cabeza, una implacable cabeza que hubiese devorado las facciones y fuese sólo eso: cabeza feroz, crecida sin piedad, sin interrupción, hasta perder su propio destino. Una criatura (¿lo era?) a la que no se podía mirar sin dolor. Un montón de materia en desorden”. Luego, al correr de los días, Neruda debió aceptar que su hija estaba enferma y que no era el ser perfecto que él creía. En un principio, aún tenía la esperanza de que la condición de la niña mejorara. Así, por lo menos, se deja entrever en una carta que le manda a su padre, donde describe a su hija como una linda muñequita con ojos azules. “Ha costado mucho que viva. La niña es muy chiquita, nació pesando sólo dos kilos cuatrocientos gramos. La lucha no ha terminado aún, pero creo que se ha ganado ya la mejor parte y que ahora adelantará en peso y se pondrá gordita pronto”. Luego, sólo dos meses después, las descripciones cambian radicalmente de epítetos. Malva Marina deja de ser una muñeca de lindas facciones para convertirse en “un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”, como escribe Neruda en otra carta, esta vez enviada a su amiga argentina Sara Tornú.

La vida se le hizo pesada al poeta. Su matrimonio con la javanesa de origen holandés María Antonieta Hagenaar iba de mal en peor y ya estaba enamorado de Delia del Carril, a la que había introducido en su casa como pensionista con el pretexto de que ayudaría y acompañaría a la reciente madre. La llegada de la criatura enferma no hizo más que empeorar las cosas. La chica, según el propio Neruda, no dormía, no lloraba y había que alimentarla con sondas, cucharitas y jeringas. La pareja pasaba las noches sin dormir y durante el día solían correr llamando a médicos o acudiendo “a las abominables casas de ortopedia donde venden espantosos biberones”. Luego, “la niñita de Madrid”, como la bautizó Federico García Lorca, quien celebró su nacimiento con un poema, comenzó a crecer. Según el escritor Luis Enrique Délano era pálida, de cabellos y ojos oscuros. “La recuerdo en su cuna y en el cochecito en que su madre la llevaba al parque... No hablaba, solamente miraba con sus grandes y dulces ojos, como asustados”. María Antonieta, en una carta enviada a su suegra a Temuco, cuenta que aunque Malva Marina estaba un poco atrasada por su enfermedad, decía algunas palabras y cantaba. “Es mi ángel, siempre tan paciente, siempre de buen humor. No nos molesta nunca”. Neruda, en cambio, escribió en esa época “Enfermedades en mi casa”, el único poema que se cree dice relación con su hija: “Y por una sonrisa que no crece, por una boca dulce/ por unos dedos que el rosal quisiera/ escribo este poema que sólo es un lamento/ solamente un lamento”.

Los recuerdos de amigos de Neruda y las cartas de sus padres son algunas de las pocas referencias que se tenía de Malva Marina Trinidad Reyes Hagenaar. Datos concretos: sólo el día de su nacimiento, el 18 de agosto de 1934 en Madrid y luego el de su muerte, el 2 de marzo de 1943 en Gouda, Holanda. Esa pequeña de mirada melancólica que fue inspiración del poeta granadino y fue acunada por Miguel Hernández, entró en el túnel del olvido. Una amnesia forzada por quien prefirió no acordarse más de ella y hasta rompió sus fotografías. Sus amigos jamás preguntaron ni indagaron.
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Neruda se separó de María Antonieta dos años después del nacimiento de Malva Marina. En plena guerra civil española las fue a dejar a ambas a Montecarlo. Ellas partieron a Holanda y él se quedó en España, donde se dedicó a vivir plenamente su romance con Delia del Carril. En su tierra de origen, Maruca –como la llamaba su marido– no tenía parientes directos que la apoyaran dada su condición de javanesa casi de tercera generación. Salvo por algunas cartas que envió a Neruda pidiéndole recursos para la mantención de Malva y relatándole sus pequeños avances, no dio muchas pistas de su vida. Se supo que vivía en precarias condiciones económicas, que tenía muchas dificultades para cobrar una pensión de cien dólares que Neruda le mandaba y que entregó a la niña a una familia que la cuidó hasta su muy temprana muerte. En una carta que Maruca mandó al poeta y que Inés María Cardone reproduce en su libro Los amores de Neruda, habla de su desmejorada situación y le pide ayuda: “Es realmente imperdonable tu negligencia hacia nosotras, especialmente hacia tu bebé. Hoy 18 del mes no he recibido tu dinero. El 1 de este mes tuve que pagar los gastos de alojamiento de Malva Marina por el mes de octubre. Con mi salario sólo pude pagar una parte de ello. Qué vergüenza realmente. Ellos son tan buenas personas... Nunca encontraré gente tan buena otra vez. Malva es muy apegada a ellos... ella ha progresado mucho mentalmente. Ahora ni siquiera puedo ir a verla porque no tengo un centavo. Mi último dinero será gastado en enviar esta carta”. Neruda estaba en México cuando recibió en 1943 el telegrama desde Suiza que le informaba que su hijita había muerto sin dolor. No se tiene registro de la reacción del poeta. No escribió nada, no dijo nada en público y no asistió al funeral. Eso último, quizá, porque Holanda estaba sufriendo los embates de la Segunda Guerra Mundial. En los siguientes años tampoco dijo nada, no relató anécdotas ni describió sus sentimientos respecto al tema, como si Malva Marina Trinidad nunca hubiese pasado por su vida. Viajó mucho pero nunca fue a Gouda a dejarle flores a su tumba. Aun cuando le dedicó odas a cosas tan terrenales como la cebolla y el caldillo de congrio, ni un poema le escribió a “la niñita de Madrid”. “Yo creo que el impacto que sufrió con la enfermedad de su hija fue tan grande que no lo soportó y lo hizo escapar, lo que es una actitud muy masculina”, dice José Miguel Varas defendiendo a su amigo poeta. Lo mismo hace Inés Figueroa, directora de la Fundación Neruda: “Pablo hablaba de todo, pero nunca dijo nada acerca de su hija. Yo creo que su dolor era tan insoportable que prefirió el silencio”, explica, a la vez que profiere gruesos adjetivos contra la obra de teatro de Flavia Radrigán, titulada Un ser perfectamente ridículo. En ella aparece Malva Marina enrostrándole el abandono a su padre. La dramaturga no se extraña de los improperios, ya que para los nerudianos el tema de la hija del poeta no es grato, ya que humaniza a un Neruda “endiosado”. Mientras que un amigo de Neruda aconsejó no escarbar más sobre el asunto “porque ya está agotado”, Bernardo Reyes, sobrino del escritor, no lo rehúye. Advierte sí que no se saquen conclusiones apresuradas y que se considere las circunstancias en que ocurrieron los hechos. “La conclusión más apresurada es que Neruda fue un infame, pero las cosas no fueron tan así. Hay miles de factores que hay que tomar en cuenta como la guerra, sus esfuerzos por mandar dinero, las persecuciones que sufrieron sus amigos, sus desplazamientos. Sin duda es un capítulo oscuro de su vida, que permite varias lecturas y que hay que investigar”. Las nubes se disipan Antonio Reynaldos, chileno que reside hace 18 años en Holanda, comenzó a investigar el destino de Maruca y Malva Marina. Averiguando pacientemente, pidiendo ayuda por medio de internet y en archivos municipales llegó a dar, hace algunos meses, con la tumba de la niña. En el cementerio de Gouda estaba su abandonada lápida llena de malezas y con letras casi ilegibles que decían en holandés: “Aquí descansa nuestra querida Malva Marina Rejes”.

Ese importante descubrimiento, que dio más bríos a las investigaciones en torno a su corta vida, se hizo posible gracias al tesón de Reynaldos y al hecho de que el antiguo cementerio había sido declarado monumento nacional. De lo contrario, y debido a que ya habían caducado los derechos de la tumba, los restos de Malva Marina hubiesen pasado a fosa común como sucedió en el cementerio de La Haya con los de su madre, fallecida en 1965, “Allí estaba la tumba de Malva, en un cementerio donde hace años ya no hay entierros. Cerca hay una fábrica ruidosa con grandes chimeneas. Fue una sensación muy rara. Le encargué al cuidador que reescribiera la lápida”, cuenta Reynaldos. Otro dato que este chileno averiguó fueron las direcciones registradas de Maruca en Holanda. Eran alrededor de cinco y casi todas correspondían a casonas de barrios residenciales, lo que hace pensar que subarrendaba piezas o vivía de allegada con familias amigas. También conoció los nombres de la familia custodia, la que cuidó a Malva Marina hasta el día de su muerte, cuando tenía algo más de ocho años. Se trataba del matrimonio holandés compuesto por Hendrik Julsing y Gerdina Sierks y sus hijos Heika, Geesje y Frederik. Aunque envió cartas a muchos Julsing que aparecían en la guía telefónica holandesa, no hubo respuesta; ni siquiera se presentaron parientes cercanos que dieran alguna pista. El mensaje que sí tuvo suerte fue un mail enviado por Fibra a un Julsing que aparecía en la red y que vivía en una ciudad cercana a La Haya. “¿Es usted Frederik Julsing, el hijo de Hendrik Julsing y Gerdina Sierks, padres adoptivos de Malva Marina Reyes?”, era la pregunta. A las horas, llegó la respuesta: “Sí, soy yo, pero poco puedo colaborar con datos acerca de Malva. Cuando ella fue parte de nuestra familia yo tenía pocos años, pero recuerdo su adorable cara y su hermosa sonrisa. Si a alguien hace feliz puedo enviar fotografías”. A los pocos días, Julsing cumplió: escaneó y envió a Chile las únicas fotografías que quizá existen en el mundo de Malva Marina Reyes. Esas imágenes corresponden al verano de 1939 y muestran a una niña de mirada melancólica. Con un moño en su pelo oscuro y un vestido de cuello de encajes paseaba con sus muy rubios hermanos cerca de lo que parece un lago. Ellos la llevaban en un carrito leñero, juguete habitual de los niños de esa época. Julsing también envió una fotografía de Malva con Maruca y de Malva sonriéndole a la cámara. Esas imágenes echan por tierra el mito del ser monstruoso, impresentable y “perfectamente ridículo” que se tejió en torno a su persona. Se le ve la cabeza algo desproporcionada al pequeño cuerpo y estrabismo en uno de sus ojos, pero sus facciones son suaves y delicadas, y su sonrisa coqueta. Da la impresión de que a pesar de la ausencia de su laureado padre y de su enfermedad, ella fue feliz e hizo felices a los que la rodearon. Frederik, que ahora se viene a enterar de que su hermanita era la hija de un premio Nobel de literatura, la recuerda con cariño y aún la trata de “nuestra Malva”.




Al hacer esfuerzos por recordar, menciona a la madre que los iba a visitar de cuando en cuando, y sobre todo la dulzura de la niña que no hablaba ni cantaba, pero sí sonreía. Para mí, Pablo Neruda era un poeta cercano. Lo había conocido de niño cuando mi padre, miembro de la plana media del Partido Comunista, fue al departamento de un amigo, donde estaba alojando Neruda, para que firmara un documento. Después de su siesta él firmó y me regaló una figura del Sputnik soviético. Cuando comenzó a hablarse del centenario de Neruda me quedó algo flotando: qué había pasado con su primera mujer, con quien se casó en Indonesia. Al comienzo también la confundía con la fogosa Jossie Bliss, la amante que tuvo en Birmania. Tenía la idea de que se habían casado y separado en Indonesia, y que su hija había muerto allí. Me puse a buscar, básicamente en internet. Entonces me enteré de que habían vuelto juntos a Chile, antes de seguir a Argentina y España. Hasta ese punto llegaron los testimonios de quienes conocieron a Malva en Madrid. Una vez que partió con su madre se perdían las pistas.

Avisos en revistas femeninas y fuentes de internet me dieron por fin un resultado: una persona del Archivo Regional de Gouda me escribió para contarme que, a raíz de un pedido similar, había investigado en los archivos locales y encontrado que Malva Marina estaba sepultada en el viejo cementerio de la ciudad. Basándose en esta información, la periodista chilena Isabel Lipthay escribió un artículo que salió publicado en Chile en Siete+7. Luego comenzaron a llegar reacciones de distintas personas. Una de ellas fue la de Alejandra Gajardo, colaboradora de Fibra, revista que hasta entonces yo desconocía. Me dijo estar interesada en el tema y me preguntó si había modo de encontrar a la familia adoptiva de la niña. Le expliqué que yo había escrito a una docena de Julsing de la guía de teléfonos holandesa y que una traductora que estaba abocada a la misma búsqueda le había mandado cartas a todos, sin conseguir que nadie siquiera los recordara como familia lejana. Le envié los pocos datos que tenía y a los dos días me llamó: “¡Encontré a Fred Julsing!”. Después de este inesperado descubrimiento, las cosas ocurrieron aceleradas: Alejandra le hizo algunas preguntas por mail y Fred las respondió en forma sucinta. Ella le consultó si yo podría a contactarlo, a lo que accedió sin problemas. Así, luego de un intercambio de mails, lo llamé para hacer una cita: “Cuando le parezca, cualquier día está bien”, me dijo.

Acordamos un sábado a las 2 pm. Ese día había un sol radiante a pesar de la semana lluviosa. Me encaminé en bus a su ciudad, no lejana de donde vivo. Es una típica ciudad dormitorio planificada al detalle. Salvo un mínimo centro histórico, el resto son amplias zonas residenciales, parques y carreteras. Subí hasta su departamento en una torre muy moderna y acomodada, cerca del centro. Salí del ascensor y allí me estaba esperando en el pasillo el tan buscado hermano de Malva Marina. Representaba mucho menos que sus 66 años. Un tanto macizo, frente muy entrada, grandes bigotes grises, jovial y entusiasta.

Autorretrato. http://www.vilmar.freeler.nl/nieuws.html


Entré en el departamento amoblado con sobriedad, me presentó a su esposa, en ese momento sentada al computador, y luego nos pusimos los tres a conversar. Sobre la mesa del living estaba el álbum de fotos familiar, abierto en las páginas donde estaban las únicas fotos conocidas de Malva Marina en el mundo. Se ve a Malva sonriendo junto a tres niños, sentada en un carrito en un parque al lado de un lago. “Esto fue el verano del 39. Yo tenía entonces dos años, mi hermana Geesje cuatro y Heika 8, fue el último verano antes de la guerra”, me dijo. En otra foto aparece junto a una mujer a la que no se le ve el rostro. Después de compararla con las fotos aparecidas en un artículo de la revista Cuadernos, no nos queda duda de que es Maruca quien la tiene en brazos. Fred insistió en que lo que él recordaba era casi nada: “Sólo su sonrisa, una sonrisa tan dulce, la tengo grabada en mi recuerdo”. Julsing señala estar sorprendido ante el interés por esta niña ya muerta hace tanto tiempo. Le cuento lo del centenario de Neruda y de cómo la existencia de la niña fue siempre ignorada. Neruda le suena vagamente, por lo que le explico un poco su importancia para los hispanohablantes y para la poesía en general. Me confirma entonces que nunca oyó hablar del padre de Malva, nunca se mencionó en su casa y es primera vez que se entera. De un comienzo me advirtió lo que ya le había dicho a Alejandra y a mí por mail: “Lo que recuerdo es casi nada y es muy poco lo que le puedo contar”. Le insistí que cosas que para él son obvias o evidentes, son de interés para quienes quieren saber más de la historia de su desdichada hermana adoptiva, muerta durante la guerra.


-–¿Su familia proviene de Groningen (ciudad al norte de Holanda)? –Mis padres, claro. Ellos se casaron en Groningen y en 1929 mi padre solicitó un puesto en la central eléctrica de Gouda y se mudaron allí. Todos, los seis hermanos nacieron en Gouda.

–¿Seis? Sólo sabíamos de tres.

–Sí, luego de la muerte de Malva nacieron otras tres hermanas. Yo soy el único varón en la familia. De las hermanas, la mayor vive en Austria junto a su hija y las otras nacieron después de la guerra. Una, la que me seguía en edad, ya murió y hay una de la que nunca más supimos porque una vez salió a ver al doctor y jamás volvió.

–¿Y sabe usted cómo Maruca tomó contacto con sus padres?

–No tengo idea, supongo que pudo haber sido a través de alguna institución de la Iglesia.

–¿No tenía ninguna relación de amistad previamente, no se habló nunca de ella en la familia?

–No, hablamos naturalmente de Malva, pero nunca de su madre.

–Fue una tarea pesada la que ellos tomaron, siendo una niña que requería tanto cuidado. ¿Por qué lo hicieron?

–Bueno, mis padres siempre fueron solidarios. Recuerdo que mi madre fue madre de leche de un niño de unos vecinos. Mantuvieron esa actitud toda la vida. Ciertamente Malva no podía caminar, como puede ver en las fotos.

–¿Ella tampoco hablaba?

–No, ella tampoco podía hablar.

–Pero dicen que cantaba...

–Eso dicen, pero yo no recuerdo nada, pero tenga en consideración que entonces yo era un niño y tal vez cantaba a su manera.

–¿Y ella murió debido a su enfermedad? –

Ciertamente, es una enfermedad con la que un niño no puede vivir mucho tiempo.

–¿Pero estuvo internada en un hospital?

–No, que yo sepa no estuvo en el hospital y debió morir en nuestra casa.

–¿Todo ese cuidado de esta niña enferma, no requería una gran dedicación?

–Seguramente debía ser llevada al doctor y cuidar mucho de ella, pero fue aceptada y tratada como una hija más de la familia.

–Esto sucedió en tiempos de guerra, periodo especialmente duro para todos, más para su familia con el cuidado de esta niña enferma.

–Sí que fueron años duros, sobre todo al final de la guerra. Había mucha hambre. Mi padre salía en su triciclo a conseguir comida al campo. También habían bombardeos aéreos y Gouda sufrió muchos. Hasta hoy, oír las sirenas me recuerda esos tiempos (en Holanda se ensayan las sirenas de alarma una vez al mes).

–¿Y cuál es su profesión?

–Al jubilar yo era asistente científico en defensa. Trabajé en electrónica y finalmente estaba ocupado en software para fines militares.

–Hay otra cosa que no se sabe. Los derechos de la tumba de Malva fueron renovados en 1971, cuando Maruca ya había muerto (en 1965). ¿Fueron quizá sus padres quienes los pagaron?

–No lo sé, lo dudo. Como le digo, se hablaba de tanto en tanto de Malva, pero nunca más allá de recordar lo dulce que era. Si es que lo hicieron, no se lo contaron a los niños.

Hace algunos días el diario local de Gouda publicó un artículo sobre Malva Marina. Su autora incluyó mi nombre y teléfono para quienes tuvieran información adicional y que pudiesen facilitarla. El mismo día alguien me llamó y me dijo: “Mi madre era la niñera de Malva”. Yo, que nunca oí hablar de niñeras (ya que en Holanda sólo eran empleadas por familias acomodadas), no salía de mi asombro. Además, con el encuentro con el señor Julsing había dado por cerrada toda nueva información en Gouda. La mujer me dio el teléfono de su madre y la llamé de inmediato. Y ella me confirmó. “Sí, yo estuve contratada por la familia Julsing para cuidar a la niña”. Hicimos una cita y en un lluvioso y gris domingo del verano holandés fui a su casa, un departamento en un edificio para personas mayores con un centro de servicios incluido. Me recibió afectuosa y entusiasta. Sus 85 años confesados no le han quitado ni una pizca de viveza y lucidez. En la mesa del departamento estaban los recortes de los dos diarios de Gouda con el artículo sobre Malva Marina y el de la periodista chilena radicada en Alemania Isabel Lipthay sobre el hallazgo de la tumba de la niña, que fue publicado en julio en un diario belga. Me señaló que tenía una foto junto a Malva Marina, pero que la perdió.

–¿Cómo llegó a trabajar con los Julsing?

–Bueno, apareció un aviso en el diario pidiendo una niñera, me presenté y me tomaron. Su casa estaba lejos de la mía, al otro lado de la vía férrea y cerca de la estación. Yo tendría unos veinte años cuando empecé, justo antes de la guerra. Estuve con ellos por año y medio hasta que conseguí otro empleo.

–¿Y qué debía hacer usted?

–Hacerme cargo de Malva: vestirla, lavarla, darle de comer, sacarla a pasear cuando el clima lo permitía. Claro que al pasear por la calle la gente la miraba ya que su cabeza era demasiado grande y sus bracitos y piernas delgados.

–¿Y cómo era ella?

–Oh, si me parece estar viéndola de nuevo: sus ojos castaños, su pelo oscuro, su sonrisa y su actitud alegre, cariñosa. Era tan, tan dulce.

–¿No podía caminar?

–No, ni hablar, ni siquiera tomar cosas, pero siempre estaba de buen ánimo y se alegraba al verme. Hacía ruiditos, con una entonación a su manera. Es decir, sabía quién era yo, que la cuidaba y acompañaba y me tenía cariño. Aunque no podía decirlo, lo veía en sus ojitos.

–¿Y su madre, la venía a ver?

–Cada mes. Ella traía el dinero que daba a la familia por cuidarla, y con ese dinero se pagaba mi salario. Era una mujer muy alta, buenamoza, de pelo oscuro. También conversaba conmigo y me agradecía que cuidara a su hijita. Una persona muy agradable, permanecía algunas horas y partía de nuevo.

–¿Sabe usted cómo tomó contacto con los Julsing en Gouda, siendo que ella vivía en La Haya?

–No lo sé, tal vez haya sido a través de grupos ligados a la religión de los Julsing: Christian Science. Nunca nadie me lo dijo, pero sí es cierto que ella la visitaba regularmente.

–¿Y cómo era su rutina? –Yo llegaba a las ocho de la mañana y me hacía cargo de la niña hasta después de la comida de la noche (a las 18 horas en Holanda). Ella comía lo mismo que el resto de la familia. Mientras dormía yo hacía algún trabajo doméstico liviano.

–¿Ella requería mucha atención médica?

–No recuerdo haber visto nunca a un doctor en casa, ni que estuviera en el hospital. La doctrina de la familia, basada en la Christian Science, era que la enfermedad y el dolor debían ser combatidos por la fuerza de voluntad. No creían mucho en doctores.

–¿Y luego de que dejó a los Julsing no supo más de ellos?

–No, sé que se mudaron a La Haya, pero no me enteré de la muerte de Malva. Hace unos 15 años tomé contacto con Fred Julsing, el dibujante, para saber algo de ellos, pero nunca llegué a hablar con él. (Fred Julsing, un renombrado dibujante holandés es primo de Fred Julsing, hermano adoptivo de Malva Marina). Me acuerdo muy bien de ellos, eran muy amables. El señor Julsing con su gorra de la compañía de electricidad y su particular manera de caminar. La señora Julsing sentada en la sala de la casa.

–¿Qué le parece que después de tantos años se vuelva a hablar de Malva, a quien usted cuidó?

–Me parece increíble que después de tantos años haya gente que aún se acuerde de ella.


 
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