La Palabra de Dios:
Evangelio de hoy
En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a
Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que
pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el
Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de
mí!». Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba
mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo, y mandó que
se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te
haga?». Él dijo: «¡Señor, que vea!». Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado».
Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el
pueblo, al verlo, alabó a Dios. (Lc 18,35-43)
Comentario
Hoy, el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46) nos provee toda una
lección de fe, manifestada con franca sencillez ante Cristo. ¡Cuántas veces nos
iría bien repetir la misma exclamación de Bartimeo!: «¡Jesús, Hijo de David,
ten compasión de mí!» (Lc 18,37). ¡Es tan provechoso para nuestra alma
sentirnos indigentes! El hecho es que lo somos y que, desgraciadamente, pocas
veces lo reconocemos de verdad. Y..., claro está: hacemos el ridículo. Así nos
lo advierte san Pablo: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has
recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7).
A Bartimeo no le da vergüenza sentirse así. En no pocas
ocasiones, la sociedad, la cultura de lo que es “políticamente correcto”,
querrán hacernos callar: con Bartimeo no lo consiguieron. Él no se “arrugó”. A
pesar de que «le increpaban para que se callara, (...) él gritaba mucho más:
‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’» (Lc 18,39). ¡Qué maravilla! Da ganas de
decir: —Gracias, Bartimeo, por este ejemplo.
Y vale la pena hacerlo como él, porque Jesús escucha. ¡Y
escucha siempre!, por más jaleo que algunos organicen a nuestro alrededor. La
confianza sencilla —sin miramientos— de Bartimeo desarma a Jesús y le roba el
corazón: «Mandó que se lo trajeran y (...) le preguntó: «¿Qué quieres que te
haga?» (Lc 18,40-41). Delante de tanta fe, ¡Jesús no se anda con rodeos! Y...
Bartimeo tampoco: «¡Señor, que vea!» (Lc 18,41). Dicho y hecho: «Ve. Tu fe te
ha salvado» (Lc 18,42). Resulta que «la fe, si es fuerte, defiende toda la
casa» (San Ambrosio), es decir, lo puede todo.
Él lo es todo; Él nos lo da todo. Entonces, ¿qué otra
cosa podemos hacer ante Él, sino darle una respuesta de fe? Y esta “respuesta
de fe” equivale a “dejarse encontrar” por este Dios que —movido por su afecto
de Padre— nos busca desde siempre. Dios no se nos impone, pero pasa
frecuentemente muy cerca de nosotros: aprendamos la lección de Bartimeo y...
¡no lo dejemos pasar de largo!
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès,
Barcelona, España)