Lenin y la religión
Engels en su prefacio a La guerra civil en Francia decía que: “con relación al estado la religión es un asunto puramente privado”. Lenin escribía en 1905: “El Estado no debe tener nada que ver con la religión, las asociaciones religiosas no deben estar vinculadas al Poder del Estado. Toda persona debe tener plena libertad de profesar la religión que prefiera o de no reconocer ninguna, es decir, de ser ateo, como lo es habitualmente todo socialista”. (Lenin. Acerca de la religión. Moscú. Editorial Progreso. p. 6).
Sin embargo, con relación al partido, Lenin señalaba que Engels recomendaba que el partido revolucionario debería luchar contra la religión: “El partido del proletariado exige del Estado que declare la religión un asunto privado; pero no considera, ni mucho menos, ‘asunto privado’ la lucha contra el opio del pueblo, la lucha contra las supersticiones religiosas, etc., ¡Los oportunistas tergiversan la cuestión como si el Partido Socialdemócrata considerase la religión un asunto privado!” (Ibíd. pp. 25-26).
Y añadió que: “La raíz más profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo [...] Ningún folleto educativo será capaz de desarraigar la religión entre las masas aplastadas por los trabajos forzados del régimen capitalista, y que dependen de las fuerzas ciegas y destructivas del capitalismo, mientras dichas masas no aprendan a luchar unidas y organizadas, de modo sistemático y consciente, contra esa raíz de la religión contra el dominio del capital en todas sus formas”. (Ibíd. pp. 21-22).
Los marxistas han hecho todo lo posible para implicar a todos los trabajadores en la lucha contra el capitalismo, incluidos los que profesan una religión. No debemos interponer barreras entre nosotros y estos trabajadores, sino animarles a que participen activamente en la lucha de clases.
Como vimos en 1905, la clase obrera rusa entró en la escena de la historia con un sacerdote a la cabeza, portando en sus manos iconos religiosos y una petición al zar ―al “padrecito de todos los rusos”―. Desconfiaban de los revolucionarios e incluso en algunas ocasiones les dieron una paliza. Pero todo eso cambió en veinticuatro horas después de la masacre del 9 de enero. Los mismos trabajadores, en la noche del nueve, se convirtieron en revolucionarios y exigieron armas. Así es como la conciencia puede cambiar rápidamente ¡en el fragor de los acontecimientos!
A propósito, el padre Gapon, que había organizado la petición y la manifestación pacífica y que había trabajado para la policía zarista, se transformó repentinamente después del domingo sangriento. Hizo un llamamiento a los revolucionarios para derrocar al zar e incluso en un momento determinado estuvo próximo a los bolcheviques. Lenin no le apartó sino que intentó ganarle aunque Gapon siguió como religioso.
La posición flexible de Lenin se pudo comprobar cuando combatía la actitud sectaria contra aquellos trabajadores que eran religiosos pero que participaban en las huelgas. “En tal momento y en semejante situación [una huelga], el predicador del ateismo sólo favorecería al cura y a los curas, quienes lo único que desean es sustituir la división de los obreros en huelguistas y no huelguistas por la división en creyentes y ateos”. (Ibíd. p. 24).
Aquí está el punto central de la cuestión. Luchamos por la unidad de las organizaciones obreras por encima de todas las divisiones: religiosas, nacionales, lingüísticas o raciales. Nuestra tarea es unir a todos los oprimidos y explotados en un solo ejército contra la burguesía.
El ateísmo para los marxistas nunca ha sido una parte del programa del partido. Este disparate siempre ha caracterizado al anarquismo. Con frecuencia un trabajador que todavía es creyente se acerca al movimiento, convencido de su programa general y entusiasmado con la lucha por el socialismo, pero no está dispuesto a renunciar a la religión. ¿Qué actitud deberíamos tomar? Por supuesto no lo echaremos. Este trabajador no desea unirse al movimiento para ganar conversos a la religión, sino para luchar contra el capitalismo. Probablemente, llegará un momento en que verá la contradicción entre su política y sus creencias religiosas y poco a poco abandonará la religión. Pero es una cuestión delicada y no hay que forzarla. Como explicó Lenin: “somos enemigos incondicionales de la más mínima ofensa a sus creencias religiosas”. (Ibíd. p. 24).
Es totalmente diferente cuando un intelectual de clase media busca introducir confusión en la ideología del movimiento, como era el caso cuando Lenin escribía sobre la religión. Un grupo de bolcheviques ultraizquierdistas (Bogdanov, Luchacharsky, etc.,) intentaban revisar el marxismo e introducir nociones filosóficas místicas. Lenin, correctamente, luchó contra esta tendencia.