La vida en la Tierra no sería posible sin el Sol, pero nuestro planeta también es vulnerable a la actividad del astro rey, donde periódicamente se producen episodios explosivos y violentos que originan fenómenos como fulguraciones o emisiones de masa coronal, en los que se liberan grandes cantidades de energía y partículas que viajan por el espacio. Cuando se dirigen a la Tierra, pueden afectar a nuestro entorno y causar tormentas geomagnéticas capaces de alterar el funcionamiento de los satélites y de los sistemas de suministro de energía.
Por ello, desde hace años hay sondas espaciales dedicadas a vigilar su actividad. España ha inaugurado recientemente su primer Servicio Nacional de Meteorología Espacial (www.senmes.es), que ofrece partes centrados en nuestro país a partir de la información recabada por las sondas espaciales y observatorios terrestres que monitorizan el comportamiento de nuestra estrella.
«La meteorología espacial pretende predecir qué va a suceder en la Tierra debido a la actividad solar. Aunque también hay influencia de los rayos cósmicos, fundamentalmente el que puede alterar el entorno terrestre es el Sol», resume Consuelo Cid, la astrofísica de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid) que ha liderado la puesta en marcha de este servicio, en el que participan investigadores de su centro y de la Universidad Complutense de Madrid. El objetivo de SENMES, financiado por el Ministerio de Economía, es dar alertas tempranas para intentar proteger las infraestructuras vulnerables y minimizar los daños.
Afortunadamente, en el pasado no se han documentado muchos episodios con daños graves para las infraestructuras debido la actividad solar o que hayan sido atribuidos a ésta, pero sí los suficientes como para temer sus consecuencias en el futuro, sobre todo, teniendo en cuenta lo dependientes que somos ahora de la tecnología debido a la gran cantidad de servicios vinculados a los satélites, como los sistemas de navegación o telecomunicaciones.
Cid recuerda los más graves. El primero que se documentó fue el llamando evento Carrington, que alteró el sistema de telégrafos mundial: «Tuvo lugar en 1859, cuando apenas había tecnología. Edison estaba inventando la bombilla. Y afectó a muchas personas. Podría haber quedado en un suceso anecdótico, pero en 1989 ocurrió un gran apagón en Quebec», señala esta doctora en astrofísica en conversación telefónica.
El mapa muestra que el flujo de partículas ocasionado por la actividad solar no está afectando a la Península. Sólo se emitirán alertas si se llega al nivel representado en rojo. UCM
El 13 de marzo de ese año, seis millones de personas en Canadá y EEUU se quedaron sin suministro eléctrico durante nueve horas debido a una avería en la central eléctrica de Quebec originada por una gran emisión de masa procedente del Sol, que también provocó fallos en un millar de satélites de defensa y comunicaciones.
Como medida de precaución, cuando la actividad solar es alta se modifican las rutas de los aviones que cubren trayectos en zonas polares para evitar que pueda interferir en sus servicios de comunicaciones.
«La comunidad científica asumió que se trataba de un problema que afectaba a las altas latitudes, pero a finales de octubre de 2003 se produjo una tormenta que afectó a Sudáfrica. A partir de ese momento, la comunidad internacional comenzó a preocuparse por intentar predecir estos sucesos y poder dar alertas con antelación para minimizar los daños», explica.
Aunque las tormentas solares no entrañan un riesgo para los habitantes de la Tierra, sí son peligrosas para los astronautas que trabajan en la Estación Espacial Internacional (ISS). Cuando se producen fenómenos explosivos en la estrella, no pueden realizar actividades fuera.
Debido a que la meteorología espacial es un campo de estudio bastante reciente, Cid subraya que es posible que en el pasado haya habido otras averías que no han sido atribuidas al Sol. «No tenemos base científica para afirmar que en España hemos tenido problemas derivados de su actividad. Pero si uno va a la hemeroteca, comprobará que en 1938, 1958 y en 2003 se vieron auroras boreales en lugares como Yecla (Murcia) y Barcelona. Si las auroras se ven en España, significa que ha habido alteraciones en el campo magnético. Pero no sabemos si hubo consecuencias tecnológicas».
Una ventaja para España, añade, es que sus tendido eléctrico no es tan vulnerables como los de EEUU o Canadá, cuyas líneas son mucho más largas.