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General: ¿ TANGOS DE IZQUIERDA ? NO, BATALLA DE IDEAS.
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 09/04/2015 07:05 |
¿Tangos de izquierda? No, batalla de ideas.
(Por Atilio A. Boron) El pasado domingo 29 de marzo el semanario Miradas al Sur publicó una nota de Miguel Russo titulada “Debate sobre el debate” en la cual se refería a la controversia suscitada en torno al Foro Emancipación e Igualdad que sesionó en Buenos Aires entre el 12 y el 14 de ese mismo mes. [1] En ella menciona un texto de mi autoría -que circuló exclusivamente por las redes sociales y algunos periódicos digitales- en donde se vuelcan unas pocas reflexiones sobre el “Manifiesto de Buenos Aires” dado a conocer por los organizadores una vez finalizado el evento. [2] Para ilustrar los alcances de las divergentes posturas al respecto Russo alude a un artículo escrito por José Steinsleger en el periódico mexicano La Jornada el 25 del mismo mes. [3] Interesado en conocer una opinión distinta lo busqué y al hallarlo tropecé con algo insólito. Esperaba un artículo en el que se cuestionase mi interpretación con argumentos razonados y nuevas evidencias pero, en cambio, encontré un texto que comienza con una pieza ficcional en la cual soy objeto de un ataque en donde se ridiculiza mi persona y que oficia como preámbulo a una serie de aseveraciones reveladoras de un intelecto que parece movido más que nada por el odio y el resentimiento y dotado de un infrecuente desprecio por las reglas de la lógica y los datos de la experiencia.
Sobre el ataque personal no voy a hablar. Dejo a los lectores interesados la ingrata tarea de repasar esas líneas y juzgar por su cuenta la espesura moral de quien las escribió. Paso por ello a referirme al contenido de las ocurrencias, que no ideas, expuestas en esa nota. Primero debo decir que mi crítico confunde un acontecimiento como el Foro con un texto, el “Manifiesto de Buenos Aires” (MBA), redactado como supuesto producto de aquél. Si el evento fue valioso por la diversidad de opiniones, enfoques teóricos y experiencias concretas aportadas por los participantes, el MBA es exactamente lo contrario: una etérea reflexión disociada de las apasionantes intervenciones escuchadas en ese encuentro y centrada sobre generalidades y cuestiones abstractas. Es debido a esto que las cosas no son llamadas por su nombre, se apela a claudicantes eufemismos (por ejemplo, se habla de “países poderosos” que motorizan una ofensiva destituyente contra algunos gobiernos latinoamericanos en lugar de decir “Estados Unidos”) y las principales categorías teóricas del pensamiento crítico brillan por su ausencia. No voy a repetir aquí lo dicho en el breve texto que enfureció a mi censor, pero en lo esencial esa era la tesis que desarrollaba en ese escrito. Esperaba, reconozco ahora que con ingenuidad, que el debate propuesto hubiese sido aceptado. La respuesta hasta ahora ha sido el silencio y un ataque personal. Parece que el disenso y la controversia -aún al interior de un amplio campo ocupado por ideas de izquierda, progresistas o populistas- producen un malestar intolerable en algunos espíritus y ante la falta de argumentos se apela a la descalificación personal.
Habiendo establecido que mi crítica se dirige al MBA y no a la realización del Foro paso al segundo tema. Luego del ataque el columnista de La Jornada se embarca en una serie de consideraciones de fondo. Ofrece, para comenzar, una curiosa tipología de la izquierda latinoamericana, dividida en cuatro categorías: una “idealista”, otra “realista”, una tercera “heroica” y una cuarta que no tiene nombre, aunque presumiblemente estaría refiriéndose a las transformaciones políticas, sociales y económicas en curso en América Latina y el Caribe desde comienzos del siglo. Pues bien: como lo sabe cualquier alumno de ciencias sociales que pretenda aprobar su primer examen de Metodología de la Investigación las categorías de una tipología deben ser mutuamente excluyentes y exclusivas. En caso contrario la construcción se derrumba bajo el peso de sus propias inconsistencias y el valor heurístico de la taxonomía se extravía en la confusión general. Por eso al leer el aporte esclarecedor de mi crítico vino a mi mente un pasaje de “El Idioma Analítico de John Wilkins”, cuento en el cual Jorge Luis Borges habla de una enciclopedia china que en una entrada del “Emporio celestial de conocimientos benévolos” clasifica a los animales del siguiente modo: “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.” La tipología en cuestión tiene la misma falla: sus categorías no son ni excluyentes ni exclusivas, y un caso concreto puede caber en más de una. No sólo eso: tampoco se explicitan los criterios de clasificación ni aporta ejemplos que permitan ponderar su validez y su fecundidad interpretativa.
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Camilla Vallejo y Noam Chomsky |
En su nota el crítico dice textualmente que “en el siglo pasado, la mesa de las izquierdas latinoamericanas tuvo cuatro patas: la idealista (que imaginó el socialismo brotando naturalmente del capitalismo), la realista (que aupó burocracias políticas increíbles con pretextos ideológicos creíbles), la heroica (que cayó en el precipicio) y la que, interpelando a sus compañeras, cruzó el Rubicón del nuevo siglo.” Y a renglón seguido agrega que “la primera fracasó por ilusa, la segunda por antidemocrática, la tercera por arrogante, y la cuarta se pregunta hoy hasta dónde es razonable seguir divagando en los qué hacer, cuando los pueblos apenas pueden resolver las cosas diarias del hacer.” Al igual que el MBA mi censor se refugia en la vaguedad porque se abstiene de señalar quienes son las figuras prototípicas –líderes, partidos, movimientos o procesos- que caben en cada una de sus categorías. ¿Quién en Latinoamérica imaginó al socialismo como floración del capitalismo? Juan B. Justo, en la Argentina de inicios del siglo veinte. Correcto, pero, ¿sólo él? ¿Cuántos más cayeron, ayer y hoy, en esa vieja trampa y cuya expresión actual es el “posibilismo”? Por otro lado, ¿quiénes son los realistas, los heroicos y los que ayer atravesaron el Rubicón? ¿Dónde colocaría en su tipología a Fidel, al Che, a Allende, a Bosch, a Chávez, a Evo, a Correa, a Chafik Handal, a Farabundo Martí, a Sandino, a Marulanda, a Raúl Sendic (padre, ¡no al hijo!), a Luiz Carlos Prestes, al Subcomandante Marcos, para quedarnos en esta parte del mundo y no indagar sobre la pertinencia de esas categorías para clasificar a personajes como Lenin, Trotsky, Bujarin, Rosa Luxemburg, Gramsci, Mao, Ho Chi Mihn, Lumumba, Mandela y tantos otros. ¿Cuáles son los criterios de clasificación? Peor aún: ¿no hubo acaso izquierdistas que fueron idealistas y simultáneamente heroicos luchadores por el socialismo y la revolución? ¿Quiénes son los Julio César actuales, que cruzaron el Rubicón desembarazándose de esas “fijaciones de las izquierdas”, como el Manifiesto Comunista, para abrazar al “Consenso de Buenos Aires”, esa nefasta traducción de la tercera vía de Tony Blair, Gerhard Schröder, Bill Clinton y compañía que Jorge Castañeda y Roberto Mangabeira Unger propusieran a fines del 1997 a un conjunto de políticos latinoamericanos. ¿No han caído, algunos de ellos, en el atolladero del idealismo “posibilista”, en la quimera de un “capitalismo racional” humanizable? [4]
Aún más desafortunadas son sus ocurrencias a la hora de identificar las causas del fracaso de todas las izquierdas latinoamericanas, a excepción de las de su preferencia. Lamentablemente nuestro autor se abstuvo de definir sus contornos, pero sospechamos que abarcarían un heterogéneo espectro que iría desde los gobiernos “progresistas” del Cono Sur (Argentina, Brasil, Uruguay, Chile) que se proponen solucionar la cuadratura del círculo construyendo un “capitalismo serio y racional” hasta el chavismo, el gobierno de los movimientos sociales de Evo Morales y la “revolución ciudadana” de Rafael Correa que tienen como horizonte la instauración de distintas variantes de un socialismo bolivariano y antiimperialista adaptado a las condiciones imperantes en la época actual. Va de suyo que las diferencias entre ambos proyectos: “capitalismo racional” o “socialismo del siglo veintiuno” es lo suficientemente significativa como para que carezca de sentido incluirlos dentro de una misma categoría sociopolítica. Sin embargo, mi censor parece no estar interesado en esas minucias. En la oscuridad de la noche, dice el refrán, todos los gatos son pardos.
¿Fracasaron los idealistas sólo porque eran unos ilusos? No podemos saberlo, porque ignoramos de quienes está hablando. ¿Aconteció lo mismo con los realistas por su talante pretendidamente antidemocrático? Tampoco lo sabemos, si bien tenemos algunas sospechas que precipitarían nuevos cuestionamientos que por ahora nos reservamos para otra ocasión. ¿Fracasó la izquierda heroica -que en el aquí y ahora de Nuestra América tiene una referencia emblemática en Ernesto “Che” Guevara- por su arrogancia? ¿Fue la soberbia del “guerrillero heroico” la que acabó con su vida? ¿No será que la guerra de contrainsurgencia lanzada por Estados Unidos tuvo algún papel en el trágico desenlace de la epopeya del Che? En este caso no sólo estaríamos en presencia de un diagnóstico erróneo sino también indignante por la pedantería de quien se arroga el papel de “censor de revolucionarios” o “inspector de revoluciones”, un vicio bastante extendido entre quienes jamás protagonizaron una y miraron todas desde afuera. No tenemos información, al momento de escribir estas líneas, sobre el juicio que le merece a Steinsleger la suerte corrida por el heteróclito conglomerado de la izquierda que cruzó el Rubicón. En suma: son demasiados los interrogantes que quedan sin respuesta y que cuestionan de raíz la fecundidad de esta tipología. [5]
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Dos últimas consideraciones. Una sobre el marxismo, esa molesta “fijación de las izquierdas” que tanto escandaliza a nuestro crítico y que recomienda someter a urgente revisión. Lamento (por él, no por mí) decirle que hasta hoy el marxismo es la única crítica radical de la sociedad capitalista y que, en consecuencia, sin esta tradición intelectual y política, teórica y práctica a la vez, cualquier cuestionamiento al orden del capital es, como decía Marx, una “jeremiada”, una protesta insanablemente superficial porque soslaya la cuestión fundamental de una sociedad construida sobre el irresoluble conflicto entre quienes sólo pueden sobrevivir vendiendo su fuerza de trabajo y la cada vez más pequeña minoría que dispone de los recursos suficientes para comprarla. Puede argüirse que con el marxismo sólo no basta para dar cuenta de la complejidad actual del orden social burgués, y que otras perspectivas teóricas (como el feminismo radical, el ecologismo anticapitalista y el pensamiento postcolonial, por ejemplo) son también necesarias. Es cierto: pero también lo es que sin el marxismo y su visión de la dialéctica histórica como una totalidad surcada por permanentes contradicciones ninguna de estas otras perspectivas -para ni hablar las que provienen del saber convencional de las ciencias sociales o del pensamiento único- puede ofrecer una explicación mínimamente satisfactoria para entender los problemas y desafíos de la sociedad contemporánea. El señalamiento de las contradicciones del capitalismo, que no han hecho sino agravarse con el paso del tiempo, es el telón de fondo del Manifiesto Comunista cuya actualidad ha sido ratificada en estos días por el famoso libro de Thomas Piketty. A pesar de la distancia que el economista francés toma del marxismo, su obra corrobora empíricamente el acierto de los pronósticos de Marx y Engels que, con singular clarividencia, identificaron como una de las tendencias históricas fundamentales del capitalismo la creciente polarización económica y el incremento de la desigualdad, término amable a menudo utilizado por algunos analistas y gobernantes para no hablar lisa y llanamente de “explotación”. [6] Pese a ello esta fecunda tradición teórica es descalificada como una “fijación” decimonónica que debe ser arrojada al “museo de antigüedades” junto con, dice nuestro crítico, una bula papal emitida poco después de la publicación del Manifiesto consagrando la virginidad de María. Paralelismo absurdo, que revela el sesgo reaccionario y antimarxista que informa su perspectiva política.
Segunda consideración: nuestro autor afirma, y cito, “los sufrimientos que a escala industrial están convirtiendo al mundo en cósmica fosa neoliberal podrían ser conjurados si lo revolucionario se tomara como sinónimo de democracia radical.” Gracias a un truco del lenguaje la revolución, es decir, la cruenta y laboriosa construcción de un nuevo orden social en donde las clases sometidas y dominadas comienzan a escribir su historia a partir de la supresión de toda forma de explotación y opresión, se identifica con -y agota en- ¡la radicalización de la democracia! Este es un viejo e insostenible argumento originalmente expuesto por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en varias de sus obras y retomado como principio cardinal por el funesto “Consenso de Buenos Aires”. En este documento, ya citado, se dice que “la misión de la izquierda consiste en confrontar la desigualdad al combatir el dualismo mediante la profundización de la democracia.” Así, mediante una prestidigitación terminológica mi censor reintroduce subrepticiamente, veinte años después, la misma fallida receta que Castañeda y Mangabeira Unger proponían para acabar con los “sufrimientos” producidos por el capitalismo (más no para superar al sistema capitalista) a los políticos “sensatos y racionales” reunidos en Buenos Aires. ¿Así que de eso se trata?
Toda esta corriente de pensamiento -que a falta de mejor nombre podríamos denominarla como “socialdemocracia vergonzante”- parece ignorar que el capitalismo y la democracia son incompatibles y que la profundización o radicalización de la democracia no es una meta alcanzable modificando las instituciones políticas sino que sólo podrá lograrse si se avanza en la desmercantilización de la vida social, rompiendo los férreos moldes clasistas de la democracia burguesa e instaurando una democracia emancipada de las restricciones que, por diversos conductos, el capitalismo impone a la democracia. [7] Esto es, desmantelando sin pausa el proceso por el cual en las últimas décadas la educación, la salud, la recreación, la cultura, la seguridad social y las más diversas esferas de la sociedad fueron integradas a lo que István Mészáros denominara “el metabolismo del capital” que, cual moderno Leviatán, convirtió antiguos derechos -tanto formales como consuetudinarios- en mercancías. Sólo bajo esta condición podría detenerse la regresión de las democracias cada vez más “secuestradas” por las megacorporaciones, todo lo cual confirma plenamente que el avance y la profundización del capitalismo tuvo como contrapartida el vaciamiento y la crisis del proyecto democrático.
En este sentido hay una innegable involución política y social en los capitalismos democráticos. Estados Unidos, los países europeos y Japón atestiguan, con diversas tonalidades, la intensidad de esta decadencia. Obsérvense los lamentables alcances de este proceso en España (para ni hablar de casos más espectaculares y ominosos como Grecia) donde la infame Ley Mordaza recientemente sancionada es apenas el último eslabón de una larga secuencia de degradación de la vida democrática que tiene su origen en los Pactos de la Moncloa, lo que demuestra que la recomendación emitida por los teóricos de la Comisión Trilateral no cayó en saco roto y conserva una deplorable actualidad. En el contexto de los años setentas del siglo pasado, signado por la estanflación que agobiaba a los capitalismos desarrollados y por las renovadas protestas sociales, ese organismo estableció que los déficits democráticos eran causados por las “excesivas” demandas de la ciudadanía y no por la intransigencia del capital ante una eventual reducción de su tasa de ganancia. De este diagnóstico se desprendía una consigna política muy clara: había que enfrentar esa crisis recortando los “excesos” democráticos. Obrar de otro modo, es decir, “profundizando la democracia” para reconstruir su dañada legitimidad, equivalía a pretender apagar un incendio arrojando gasolina a las llamas. [8] Los gobiernos que asumieron el poder poco después en Estados Unidos (Ronald Reagan) y el Reino Unido (Margaret Thatcher) y muchos otros, tanto en los capitalismos desarrollados como en los periféricos, siguieron al pie de la letra ese consejo. Mismo que también le había ofrecido Friedrich von Hayek al dictador chileno Augusto Pinochet cuando dijo que un buen liberal siempre tiene que estar dispuesto, cuando las circunstancias así lo requieran, a sacrificar la democracia -al fin y al cabo una conveniencia- en el altar de la libertad de mercado, una innegociable necesidad. Según el economista austríaco el sacrificio sería temporario porque siendo esta última madre de todas las libertades, la restauración del libre mercado más pronto que tarde abriría la puerta al florecimiento de la libertad política y la democracia.
Este sofisma continúa vigente en el mundo actual, y si algo ha ocurrido con el advenimiento del neoliberalismo ha sido la decadencia de las instituciones de la democracia. Es precisamente por esto que han comenzado a surgir voces de alarma ante la degradación de la democracia en Estados Unidos -que solía ser ensalzada como la más perfecta encarnación de ese tipo de régimen político- hoy convertida en una prosaica plutocracia. La decisión de la Corte Suprema de ese país de proteger el derecho de propiedad y derogar, en consecuencia, la legislación que imponía un tope al financiamiento que personas y empresas podían destinar a las campañas políticas ha convertido a la antigua competencia por los votos de la ciudadanía en un nostálgico anacronismo. Ahora lo que cuenta es la lucha por recaudar fondos ilimitados entre los muy ricos y las grandes empresas. Es decir, quien aspira a gobernar Estados Unidos se ofrece al servicio del mejor postor, que primero financiará su campaña política y luego exigirá las retribuciones del caso por medio de contratos, licencias, subsidios y toda la parafernalia de argucias con las cuales la Casa Blanca recompensa a sus mentores y financistas. La democracia se recorta desde arriba, otorgándole poderes inconmensurables a los ricos y a las corporaciones; y desde abajo, debilitando la eficacia de la influencia que pudiera ejercer la ciudadanía. Como dice Tom Engelhardt, uno de los observadores más agudos de la sociedad norteamericana, la próxima elección presidencial en Estados Unidos se decidirá al interior del 1 % más rico del país. En sus propias palabras, “la primera etapa de las primarias, la que cuenta, se celebra entre un pequeño grupo de millonarios y multimillonarios , una nueva casta adinerada que personalmente, o mediante complejas redes de donantes, invierten miles de millones de dólares en las campañas de los candidatos que han decidido apoyar. Por eso la primera etapa de las primarias –que este año es sobre todo un asunto republicano– está teniendo lugar en destinos turísticos como Las Vegas, Rancho Mirage, California o Island Sea (Georgia), tal y como los medios han informado ampliamente. En estas ‘contiendas’ participan políticos serviles que están a disposición de los ricos y poderosos, reflejándose en ello nuestro nuevo sistema electoral del 1%.” [9] Por lo tanto, la clásica fórmula acuñada por Abraham Lincoln para definir la democracia: “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” ha sido impiadosamente sepultada y sustituida por “gobierno del gran capital, por el gran capital y para el gran capital” o, si se prefiere, “gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos.” No es este el lugar para abrumar al lector con citas y referencias bibliográficas, pero bastaría con que mi crítico hubiera leído algo de lo publicado por autores tan notables como Sheldon Wolin, Peter Dale Scott, Jeffrey Sachs (¡si, el mismísimo Jeffrey Sachs!), Noam Chomsky y, en Europa, Ellen Meiksins Wood y Giovanni Vattimo entre tantos otros para percatarse de esta contradicción que condena aún a las democracias formales del capitalismo a su progresiva inanición y a ser reemplazadas por una desembozada y ostentosa plutocracia. Si hubiera procedido de esta manera se habría evitado el bochorno de escribir que en el capitalismo se puede “profundizar la democracia” -y construir una sociedad que luche eficazmente contra la desigualdad- como si la cisura estructural que opone propietarios versus no propietarios de los medios de producción pudiese tolerar de brazos cruzados un desenvolvimiento político que, llevado a sus límites, acabaría con el despotismo del capital. Toda la evidencia disponible confirma que hoy los “capitalismos democráticos” son menos democráticos que antaño, y que la tendencia no es hacia la profundización de la democracia o su radicalización sino exactamente hacia su contrario: la instauración de omnipotentes plutocracias. El financista George Soros tuvo un rapto de franqueza al reconocer esta tendencia y decir que los pueblos votan cada dos o cuatro años, pero “los mercados votan todos los días”. Es más, según él “los mercados fuerzan a los gobiernos a adoptar medidas impopulares que, sin embargo, son indispensables.” [10]
Concluyo con una breve anotación. Repito: el Foro estuvo muy bien; el problema es el “Manifiesto de Buenos Aires”. La imprescindible “batalla de ideas” a la que nos convocara Fidel requiere la más amplia apertura del debate al interior de las fuerzas de izquierda. Su clausura sólo traerá como consecuencia el empobrecimiento ideológico y la debilidad política porque no se podrá derrotar al imperialismo con fórmulas huecas, abstracciones brillantes y claudicantes eufemismos. Cierro esta nota citando un pasaje del texto que precipitara el enojo de mi crítico y que ilustra esta preocupación: “en una coyuntura como la que hoy marca a fuego a Latinoamérica y el Caribe, y dada la brutal agresión que está sufriendo entre nosotros la República Bolivariana de Venezuela, el documento se despliega sin hacer absolutamente ninguna mención a la ofensiva destituyente y al golpismo en tiempo real en curso en la patria de Bolívar y Chávez, bajo la dirección general de la Casa Blanca. Tampoco hace un llamado para convocar a una solidaridad militante en defensa de la Revolución Bolivariana y para poner fin a más de medio siglo de bloqueo integral en contra de Cuba, repudiando al mismo tiempo la artimaña de Washington de ofrecer la zanahoria a la isla caribeña y pegar con el garrote a Venezuela. Tampoco se alude en el texto al ominoso proceso de fascistización que avanza con inusitada fuerza en Brasil y que el pasado domingo sobrepasara antiguas cotas; o a la ofensiva destituyente en marcha en la Argentina con el monopolio mediático y el poder judicial como arietes; o a las perspectivas de una “restauración conservadora” tal como la denunciara con nombre y apellido el presidente Correa en varios países del área; o a la imparable expansión de las bases militares norteamericanas, cerca de ochenta ya, instaladas en casi todos los países del área y que más pronto que tarde entrarán en acción. …. Se habla, eso sí, de la necesidad de criticar el contenido y el régimen de propiedad de los medios de comunicación, pero nada se dice … del asesinato de tres periodistas de Guatemala durante la misma semana en que se reunía el Foro y las decenas de mujeres y hombres de prensa acribillados por el paramilitarismo en Honduras, México y Brasil, entre los casos más lacerantes. Se repudian “enérgicamente los intentos destituyentes por parte de los países poderosos” (sic), pero sin subrayar el siniestro papel que Estados Unidos viene desempeñando en Nuestra América desde 1823 en adelante. Porque, ¿qué otro “país poderoso” ha desestabilizado a gobiernos democráticos y de izquierda en la región, o producido golpes de estado, o asesinado –o intentado hacerlo- a grandes líderes políticos latinoamericanos? ¿Qué “país poderoso” pergeñó una operación tan criminal y monstruosa como el Plan Cóndor? Estos silencios y el refugio en una nebulosa conceptual de un documento con las características concientizadoras y movilizadoras que debe tener un Manifiesto (y no está de más recordar aquí la pasión por lo concreto, por el “aquí y ahora” del Manifiesto Comunista) conspira contra su eficacia como un instrumento de lucha en la batalla de ideas y en la disputa por el poder. Un Manifiesto por la Emancipación y la Igualdad en donde términos cruciales como “imperialismo”, “explotación”, “golpe de estado”, “socialismo”, “revolución”, “reforma”, “clases sociales” brillen por su ausencia y que cuando se habla del “capitalismo” (una sola vez en el texto) sea para denunciar sus “formas irracionales” (sin decir cuáles serían las “racionales”) difícilmente podrá convertirse en un movilizador de conciencias, en un instrumento útil para luchar por la emancipación y la igualdad, ni en Nuestra América ni en Europa”.
[4] Ver Jorge Castañeda y Roberto Mangabeira Unger, “Después del Neoliberalismo: Un Nuevo Camino”, en el portal de la revista Nexos (México, 1º de Marzo de 1998) http://www.nexos.com.mx/?p=8825 . Una crítica a las tesis socialdemócratas del “Consenso de Buenos Aires”, como se conoce ese manifiesto, se encuentra en Massimo Modonesi, “La Tercera Vía en América Latina y el ‘Consenso de Buenos Aires’ ", en Rebelión 12 Diciembre 2000. Disponible en: http://www.rebelion.org/hemeroteca/izquierda/modonesi121200.htm . Según cuentan Castañeda y Mangabeira Unger participaron en las diversas reuniones promovidas por ellos Carlos “Chacho” Alvarez. Adolfo Aguilar Zinser. John Biehl. José Bordón. Leonel Brizóla. Manuel Camacho, Dante Caputo. Cuauhtémoc Cárdenas. José Dirceu. Marco Aurelio García, Gabriel Gaspar. Tarso Genro Ciro Gomes, Oscar González, Facundo Guardado, Claudio Fermín, Graciela Fernández Meijide, Vicente Fox. Itamar Franco, David Ibarra, Ricardo Lagos, Andrés Manuel López Obrador, Luis Ignacio Lula da Silva, Carlos Ominami, Sergio Ramírez, Federico Storani. Rodolfo Terragno y Vicentinho. Se podrán discutir muchas cosas en relación a las ideas promovidas por los convocantes, menos su fino sentido del oportunismo: ambos fueron los heraldos de los gobiernos de “centroizquierda” (¡mucho más de centro que de izquierda!) que brotarían en la región, como la Alianza en la Argentina, el PT en Brasil (donde Mangabeira Unger se convertiría en Ministro de Asuntos Estratégicos), el Frente Amplio en Uruguay, el PAN mexicano (del cual Castañeda sería su primer canciller), amén de la ya por ese entonces establecida Concertación chilena, para no mencionar sino los casos más conocidos.
[5] Sobre el tema del fracaso de los proyectos emancipatorios y la complejidad del mapa sociopolítico de América Latina y el Caribe remitimos al lector a nuestro Socialismo Siglo XXI. ¿Hay vida después del neoliberalismo? (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2ª edición ampliada y actualizada, 2014), pp. 11-51.
[6] Se trata, obviamente, de El Capital en el Siglo XXI (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2014)
y también Aristóteles en Macondo. Notas sobre el fetichismo democrático en América Latina (Córdoba: Editorial Espartaco, 2009) y publicado en Brasil por la editorial Pao e Rosas (Río de Janeiro,2011) y en Chile, con una nueva introducción, por Ediciones Construyendo América (Santiago, 2013)
[8] La metáfora es utilizada por Samuel P. Huntington en su capítulo sobre la crisis de la democracia en Estados Unidos en el libro que publicara junto a Michel Crozier y Joji Watanuki, The crisis of democracy. Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission (Nueva York, New York University Press, 1975)
[10] George Soros, Soros, George “Entrevista” concedida al periódico italiano La Reppublica (Roma, 28 de enero de 1995)
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