La diferencia estriba, indiscutiblemente, en que sin estar consciente de estar vivo, no se valora la vida; en cambio, estando consciente, se agradece, primero que nada, al Supremo la gracia de estar vivo, y se valoran, por lo tanto, cada uno de los instantes en que uno permanece con vida.
Asegurar, de acuerdo al adagio popular, que "nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde", resulta demasiado fatalista:
Hay personas que en este mundo sí saben lo que tienen, la vida, y disfrutan de ella compartiéndola con la de los demás.
Sea usted una de estas personas.
No caiga en el error de "no saber lo que tiene hasta
que lo haya perdido"; resístase a formar parte de ese
"nadie" que nunca supo que tenía vida y por lo tanto,
nunca supo valorarla.
Piense cuál seria la reacción de una persona que hubiera muerto y que de repente, milagrosamente, se le otorga
vida de nuevo.
Usted no tuvo que morir ayer para estar vivo hoy;
sin embargo, ese regalo le fue otorgado
nuevamente y no deja de ser el más maravilloso que hay.