PARAPENTE

La conquista del viento

Atrapar el espacio, pintar las nubes con los colores de las velas y hacer que la tierra parezca pequeña bajo los pies, son los motivos de los parapentistas que se lanzan en intrépido vuelo desde una loma en la Isla de la Juventud.

Por CARIDAD CARROBELLO
Fotos MARTHA VECINO

29 de septiembre de 2015

Es fin de semana. Yoandro, Leosbel, Humberto, Camilo y Javier se dan cita en una elevación cercana al Presidio Modelo, en Nueva Gerona, Isla de la Juventud. Meteorología ha anunciado buen tiempo, pero aun así, no sopla ni la más leve brisa para poder inflar velas y alzarse en vuelo.

Mientras esperan por la mejoría de las condiciones eólicas, cuentan algunos detalles del deporte que motivó la creación de este grupo de aficionados, desde 1993.

El parapente es una aeronave hecha a base de tela y cuerdas; posee una silla donde el piloto va sujeto mediante cintas similares a las de un arnés de escalada. Este asiento tiene unos mosquetones a los cuales se sujetan bandas, hechas de un nailon muy resistente. Desde ellas salen cordones que llegan hasta la estructura de tela, la vela, la cual se encuentra sobre el piloto a una altura de hasta ocho metros.

La vela tiene forma elíptica y está formada por un tejido sintético especial muy resistente y ligero. Según especificaciones técnicas, en la parte que se enfrenta al viento -el borde de ataque- la estructura abierta permite que el aire entre en su interior. En la que queda hacia el sotavento -el borde de fuga- y por los laterales, la estructura está cerrada. De esta forma el parapente llega a ser como “un fino saco lleno de aire”.

Jóvenes intrépidos

No es fácil llegar con energía a lo alto de la loma, pero los
miembros del club reservan fuerzas para lanzarse a volar

El grupo de parapentistas de la Isla de la Juventud lo integran alrededor de 24 personas: hay linieros eléctricos, pescadores, constructores, informáticos, médicos… Resulta contradictoria la composición laboral de este equipo, si se tiene en cuenta que este deporte es sumamente caro.

Para los recursos hemos contado con donaciones internacionales. Además, compartimos las velas, confeccionamos nuestras mochilas, reparamos los equipos nosotros mismos, explican.

Hasta ahora solo dos muchachas se han animado a disfrutar de dicha aventura. Una de ellas está en fase de adiestramiento, ha volado en parapente biplaza, junto a un piloto de experiencia, y luego de un examen final comenzará a probarse sola.

El curso inicial contiene elementos teórico-prácticos: se aprende el control de la vela, el inflado y el despegue. El primer vuelo es un “tira y cae”, para comprobar conocimientos.

Yoandro Peña, pescador, recuerda que el vuelo en solitario le resultó impactante. “Había hecho entre seis y siete salidas en los biplazas; con estos, además de aprender, disfrutas y hay gran seguridad. Pero no es lo mismo cuando se te acaba la compañía. El día de probarme solo me asusté muchísimo, y eso que con un radiecito iban guiándome cada paso”.

En las incursiones a la altura, no solo se pueden tocar las nubes: quien cometa alguna imprudencia acabará besando el suelo. Los miembros del club pinero narran historias que prueban cuánto valor hace falta para aventurarse a volar.

Humberto Rodríguez, liniero eléctrico, recuerda el accidente que le ocasionó una fisura de cadera a un miembro del grupo. “El error del piloto consistió en despegar cruzado, no controló la vela y esta se plegó en uno de los lados, se autorrotó y produjo la caída”.
Por su parte, Ernesto Camilo Batista, médico de profesión, cuenta que estuvo accidentado con un esguince grado dos, y una herida en la planta del pie, que dejaba expuestos los tendones.

“Fue una mala técnica de pilotaje. Cerré demasiado el último giro y la vela entró en pérdida; cuando traté de recuperarla, me fui contra la loma. En la caída paré el golpe con el pie. Permanecí tres meses de reposo en la casa. Pero el mismo día del alta médica vine para acá”.

El parapento es tan subyugante que, a pesar de los contratiempos, en este club no se registra el caso de alguien que abandone los vuelos tras un susto de envergadura.

A veces no sopla suficiente viento para
inflar la vela, y hay que esperar por el
momento adecuado

“Es un deporte de emociones y de riesgos. El que tenga miedo, que no se monte”, dice Humberto en actitud retadora aunque, aclara, también existe la seguridad de utilizar un paracaídas.
Ya a media mañana comienza a soplar una brisa favorable. Los parapentistas arman sus velas y empiezan a sobrevolar en el área dispuesta por las autoridades de tráfico aéreo.

Desde arriba observan los antiguos edificios circulares del mal llamado Presidio Modelo, los carros circulando por las calles, los transeúntes maravillados cuando dirigen sus miradas rumbo al cielo. En sus acrobacias desde la altura estos muchachos demuestran que saben conquistar el viento.

Ahora sí es posible extender las velas; los perfiles aerodinámicos del parapente permitirán un buen planeo
Suelen aprovecharse las mismas corrientes ascendentes de origen térmico que usan ciertas aves para tomar altura sin cansarse
Con esta capacidad de planeo resulta posible permanecer en el aire durante horas, sin aterrizar