SEGUNDO POEMA DE LA DESPEDIDA Vete como quien llega, pero vete, pues ya el trigo creció para la siega. Mi amor es como un niño que no juega para que no se rompa su jugete. Te irás coomo la lluvia, gota a a gota; y yo al cantar mi canto hacia el olvido, soy la rama que sólo ha florecido para que no se vea que está rota. Y mientras tú te vas sin un sollozo yo cruzaré los brazos sin un ruego, muriéndome de sed igual que un ciego que se sentara en el brocal de un pozo. O he de mirarte como el moribundo que ve llegar la primavera al huerto, y piensa que después que se haya muerto no debiera haber flores en el mundo. Pues como el monje ante su crucifijo, que es su esperanza y a la vez su yugo, yo sentiré la angustia de un verdugo que debe ajusticiar su único hijo. Vete... pero es mejor que ni en el eco pueda sobrevivir tu voz ausente, porque mi amor es triste como un puente sobre la cicactríz de un río seco... Y aunque sonría como quien engaña, viéndote ir como quien se equivoca, mi corazón será una araña loca que se enreda en su propia telaraña. Yo he de fingir un ademán de hastío en una despedida indiferente, pero mi amor será como un demente que sepultará un ataúd vacío.
Y, ya lejos mi boca de tu boca, mi alma despertará cada mañana con su oscuro silencio de campana que se puede tocar y no se toca.
Pues aunque digas un adíos risueño yo sentiré que cierras una puerta, como esa mano cruel que nos despierta cuando soñamos lo mejor de un sueño.