Veo el misterio y la majestuosidad del Espíritu en todo a mi alrededor.
En áreas del mundo donde las estaciones ocurren, las señales de cambio son obvias: una flor brota en medio de la nieve que se derrite; la primera luciérnaga que reluce en una noche tibia; la primera hoja que cae en el otoño. En cada estación veo el misterio y la majestuosidad del Espíritu.
La vida me asombra con la risa de un bebé y con la sabiduría de una persona de edad. Cuando observo el vasto universo desplegado a través del cielo estrellado, recuerdo que yo también soy una expresión única del Espíritu.
La Tierra ha cambiado en miles de años, con el poder creativo del amor de Dios expresándose una y otra vez. No importa cuánto hayamos descubierto, hay mucho más por descubrir y lugares donde solo la fe puede llevarnos.
¿Quién como tú, santo y magnífico, que realizas maravillosas hazañas?—Éxodo 15:11
Mi corazón está lleno de aprecio por las personas en mi vida.
El espíritu crístico de amor, compasión y paciencia está activo en cada persona. Expresar esas cualidades promueve la gracia y la armonía. Al pensar en las personas en mi vida, reconozco a aquellas que demuestran esos atributos y las maneras cómo ofrecen gracia a mis días. Su presencia es un consuelo. Siento agradecimiento por los pequeños gestos de bondad que me demuestran y por las grandes tareas que llevan a cabo.
En contemplación fervorosa, traigo a la mente todas las personas que bendicen mis días. Incluyo a familiares, compañeros de trabajo y amigos. Elijo este día para expresar mi gratitud afirmando: Mi corazón está lleno de aprecio por las personas en mi vida.
Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros.—Juan 13:14