Durante el curso de un día, puedo oír muchas cosas: conversaciones, música, sonidos de la naturaleza, el ruido del tráfico e incluso mi voz. A veces, lo que estoy oyendo me distrae del verdadero acto de escuchar. Al escuchar atentamente me vuelvo consciente de la voz del Espíritu; Su presencia me consuela y me guía.
Me siento en un ambiente tranquilo, y comienzo a sosegar mi mente y mi cuerpo. Creo un espacio sereno para escuchar la voz tranquilizante del Espíritu, la cual es tan clara como mi propio conocimiento interno. Respiro profundamente y descanso en ese espacio.
Continúo mi día atento a la voz del Espíritu que se expresa a través de todas las personas en mi vida.