- ¿Puedes ayudarme?
- ¡Claro dime!
-Creo que se atoró el cierre de mi vestido.
Justo un poco más arriba de su cintura era la antesala
que conducía mis instintos a la locura, era la chispa
que encendía el fuego la caldera de mis venas,
era el viento huracanado en plena tormenta que arrastraba
mis manos a hacia la arena de sus playas y en su frente
las montañas de su paisaje elevadas en plenitud sostenidas
por sus corpiños a la espera de mis garras de león.
- ¡Loco! - Llegaremos tarde.
Y mi boca llegó a su piel que se estremeció para escuchar
los latidos de su corazón y de rodillas no quería detener
mis impulsos mientras sus manos se apoyaban en mis
hombros buscando el equilibrio necesario ante mis ataques.
- ¡Qué rica eres!
La fiesta podía esperar y nadie se daría cuenta que llegamos
tarde porque en un movimiento se quitó la parte de arriba
en sus dedos y mis labios siguieron la ventura por cada
espacio de su paisaje divino desde su espalda hacia abajo
donde descansaba al fin los deseos de mi alma.