No supe retenerte entre mis
brazos, ni aferrarte a mí vida
con mis labios,
no supe conducirte por los
entregarte el mundo que había
inventado para ti.
Y te deje ir,
en la bruma de un atardecer
cuando el sol moría en el ocaso.
Se fué
como se van al abismo las estrellas
dejando una estela de luz
en la noche negra.
No hay ciencia, ni medicina,
ni rezo, ni bruja que cure
el dolor del alma cuando está
llorando por su amada.
Morirán las rosas más
encendidas, aquí, en los
laberintos vacíos de mi corazón,
en las tardes brumosas
llena de melancolía.
Morirá el ruiseñor
cantando su melodía,
clavado en
la espina dormida.
Todo morirá,
eslabón por eslabón,
cadena larga de la vida.
Hasta este corazón
que te amó tanto,
le llegará el final un día.
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