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OFRENDA Estaba divina, lucía llena de vida en todo su esplendor, se había vestido de la mejor manera para el encuentro, para la cita con su caballero, su hombre, era una noche especial y en su rostro se dibujaba llamas de felicidad; era la musa, sí, la musa, la elegida dispuesta a concretar al fin el sueño de sentir las gotas de la inspiración de su poeta en la gloria de su fuente bendita. Sus manos temblaban al acercarse a mí, sacudían mi mundo, mi universo y aún sin tocarla mis ojos imaginaban el contorno de su silueta desnuda, mis dedos calientes en los puntos débiles de su humedad; era una dama llena de encanto, de magia de seducción, podía sentir el aroma, la fragancia de su perfume en mis sentidos, en mis impulsos, en mi sed, en mi alma. Sabía cada una de sus intenciones, de sus exigencias, de sus ganas, de sus deseos mientras en mis pensamientos continuaba el camino, el recorrido que me llevaría directo hasta su altar, hasta el santuario de su cuerpo de mujer, debía hacerlo lentamente para mostrarle mi devoción, mi amor infinito y eterno, quería dejar en su piel las huellas de mi poesía, de mis versos, de mis letras.
En mis labios la miel de cada una de las palabras la enloquecían” Mi reina, mi vida”; quería sujetarme para no soltarme hasta alcanzar el éxtasis que tanto necesitaba aún más cuando pudo sentir la fuerza de mis venas arder en mi pecho, en su vientre y no pudo sostener su emoción, sus delirios, sus gritos, gritos que me pedían que continué, que no pare en el pulso acelerado de mi corazón.
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