Las hojas de los árboles se habían caído una a una en toda la cuadra, el viento echó un par de nidos sobre la vereda de la calle y el invierno vistió de un traje blanco a las interminables madrugadas, el viejo reloj al que había que cambiarle las baterías en su rol de testigo de mi nostalgia apenas entonaba en el giro de sus agujas su monótona melodía.
-¿Qué estarás haciendo amor?- Y un dolor atravesaba los espacios de mi alma al sentir la armonía de tu voz cuando me hablabas en esas conversaciones que llenaban mis latidos de un fuego apasionado y podía sentir en mi piel y mis sentidos la magia de tu amor, un amor que cruzaba la distancia, un amor que dibujaba en mi rostro estrellas de felicidad.
-¿Aún me lees en las noches?- Y sabía lo que te gustaba al derramar desde mi pluma el torrente de mis venas, las palabras exactas para despertar tu sed, tus anhelos íntimos y perversos, cómo exclamar mi voz para que tu corazón explote la fuerza de tus deseos, de tus ganas, de tus delirios y cómo estabas vestida recostada sobre la almohada en la cabecera de tu cama apenas tapada por una bata y sin nada de ropa interior.
-¡No morirá mi amor por ti jamás!- Y unas lágrimas desde mis ojos buscaban el refugio de tu pecho, de tu espalda, de tu vientre, entonces esas mismas lágrimas bajaban en su trayecto como lluvia hasta mis labios para mojar todo mi rostro y afuera los pájaros como condena de mi martirio anunciaban en sus trinos la nueva aurora y yo solo quería seguir llorando mientras mis dedos se perdían entre las teclas del ordenador porque no tenía noticias tuyas.