Le pedí al destino, sin gritos ni exigencias,
que si el amor debía volver, lo hiciera despacio,
con pasos firmes, sin el eco de lo efímero,
sin las sombras de promesas que no saben quedarse.
No quería un amor que solo llenara vacíos,
ni un parche para las grietas de mi alma.
Quería algo más, algo que naciera
de la complicidad de dos mundos rotos
que, al encontrarse, no buscaran repararse,
sino admirar la belleza de sus cicatrices.
Pedí un alma que hubiera recorrido abismos,
que entendiera el arte de levantarse
cuando todo parece desmoronarse.
Una persona que no temiera al caos,
que viera en mi tormenta no el peligro,
sino la danza de un mar que aún sabe rugir.
Quería alguien que supiera valorar
la fuerza de una mirada sincera,
el poder de un silencio compartido,
la magia de crear desde lo mínimo
un universo donde todo es posible.
No buscaba ser salvado, ni salvar a nadie.
Buscaba a una caminante que, como yo,
hubiera aprendido a amarse primero,
a recoger los pedazos de su historia
y convertirlos en arte, no en ruinas.
Lo pedí sin esperanza, con el alma cansada
de sueños que el tiempo había desteñido.
Porque en un mundo donde el amor
parece papel que se arruga y se tira,
yo quería algo auténtico,
algo que pudiera resistir incluso al olvido.
Y justo cuando dejé de buscar,
cuando el eco de mi voz parecía perderse,
apareciste tú.
No como un rayo que parte en dos la noche,
sino como un susurro que se instala
en el rincón más oculto del corazón.
Tu presencia no gritó, no invadió,
pero fue imposible no sentirla.
Tus ojos traían calma,
esa calma que solo conocen los valientes
que han sobrevivido a sus propias guerras.
Y entonces supe, sin saber cómo,
que eras tú.
Que en medio de mi oscuridad,
eras el faro que no buscaba salvarme,
sino iluminar el camino que ya recorría.
Hoy, agradezco cada herida,
cada silencio que dolió,
porque todas me llevaron a este instante,
a ti.
Me he vuelto a enamorar del amor,
de su paciencia, de su ternura oculta.
Me estoy enamorando de ti,
lento, muy lento,
porque el amor que vale
no tiene prisa, no arde para apagarse.
la habitante inesperada de mi corazón.
Y ahora camino contigo,
no para llegar a un destino,
sino para disfrutar cada paso,
cada latido que tu amor despierta en mí.
Hoy sé que el amor no era un sueño,
sino una espera,
una que valió cada lágrima,
porque ahora tengo en mis manos
no un amor perfecto,
pero sí uno real,
tan real como nosotros.
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