La Virgen María, nuestra Madre
En varias oportunidades ha salido el tema de María. Desde la piedad popular nos llega la presencia de María desde sus muy diversas advocaciones.
En diversas oportunidades he manifestado lo mucho que llama mi atención, todos los once de cada mes, una intención en la Eucaristía. Dicha intención da gracias por favores recibidos de la Virgen de Lourdes y de la Virgen Milagrosa.
Cualquiera que escucha esa intención puede pensar en favores recibidos desde dos personas diferentes. Es como si yo reconociese todo lo que he recibido generosamente de Emma Montes de Ponce de León y de mi madre. ¿Acaso no es la misma persona?
Creo que en esto la Iglesia tiene mucho de responsabilidad. Hemos fomentado diversas devociones marianas. En muchos de nuestros templos se pueden encontrar diversas imágenes de María. Hemos dado por supuesto el que todos entenderían ese diverso llamado a María desde diversas advocaciones.
Doy por supuesto que cualquiera puede entender que si hago referencia a “doña Emma”, “la Vieja” o “Mamá” estoy haciendo referencia de una misma persona. Pero no todos tienen por qué saber mi supuesto.
Podría poner muchos ejemplos de cómo la piedad popular, parece, ha confundido el supuesto de la Iglesia:
La señora me mostró dos medallas con imágenes de diversas advocaciones de María y me preguntó cuál de las dos era más poderosa.
El señor me manifestó su devoción por la Auxiliadora pero no así por ‘las otras María’.
La Virgen María es una sola. La Virgen María es la MADRE de Jesús.
Puedo tener diversas imágenes de mi madre. Mi madre cuando niña junto con sus otras hermanas, cuando su primera comunión, cuando su casamiento o cuando su cumpleaños número noventa. No son las imágenes de diversas personas por más que pueda tener diverso aspecto.
Entre la imagen de mi madre cuando niña y mi madre a sus noventa años pueden encontrarse modificaciones pero es la misma persona aunque pueda resultar irreconocible en una comparación visual.
Uno, personalmente, puede discrepar con alguna iconografía que nos muestra a María con rasgos europeos, nipones o africanos.
María era judía. A nadie se le ocurre pensar en una imagen de Artigas con rasgos africanos o nipones. Tal cosa nos rechinaría porque la historia nos está diciendo otra cosa.
María era judía. Debemos acostumbrarnos a pensarla de tal manera. Generalmente cuando se hace un pesebre viviente se busca a alguna rubiecita para que cumpla el rol de María.
María era judía. Podemos tener simpatía por alguna advocación particular pero siempre estaremos hablando de una única persona.
Una persona histórica, concreta.
Una persona que no podemos inventar sino descubrir.
Una persona que nunca se queda en ella sino que lo suyo siempre nos está conduciendo a su hijo.
La recordamos y veneramos por ser la madre de Jesús. Lo suyo nos enseña a hacer que Cristo sea, un poco más, entre nosotros.
La Virgen María es un puente que jamás se cierra por piquete alguno y siempre nos está relacionando con su hijo.
Es única y jamás es un fin sino un nexo con Cristo.
Padre Martín Ponce De León sdb
|